Ocho años de respeto al medioambiente, conocimientos y convivencia. Este es el resultado tras la puesta en marcha de los Huertos Urbanos en Tarancón en 2015, un proyecto del que no solo han germinado los frutos y plantas de 40 parcelas.
Al abrigo del proyecto se ha formado una comunidad de hortelanos multicultural en la que se aboga por el cuidado de la naturaleza y por una nutrición sana basada en los alimentos extraídos directamente de la tierra. A estas superficies repletas de tomates, calabazas y plantas medicinales acuden grupos de niños de colegios de Tarancón y de la escuela de verano. Alumnos de primaria e infantil y visitan cada año este espacio una vez pasada la Semana Santa, un lugar en el que aprenden a ser conscientes y consecuentes con sus hábitos alimenticios.
Ana Belén Rubiato, técnico medioambiental del Ayuntamiento, explica que en esta actividad se les enseña a reducir el uso de plásticos, a leer las etiquetas de los alimentos, a conocer la importancia de una nutrición sin aditivos, a crear productos ecológicos y a aprender a obtener sus propios alimentos para ser autosuficientes. Asimismo, hay detrás un aprendizaje de concienciación medioambiental en el que se enseña, entre otros aspectos, la importancia de las abejas y su papel para perpetuar la vida en el planeta. A esta pequeña comunidad amante de la naturaleza también se une la Asociación de Mujeres local, que participa en algunas de las actividades propuestas.
Hay un rincón reservado para los más pequeños en este paraíso. Unos tocones a modo de sillas alrededor de una mesa para impartir el aula de educación medioambiental para niños y niñas.
Allí sentados también aprenden a identificar los sonidos de la naturaleza y conocen a los pequeños animales del huerto, como la babosa. “Se trata de volver al origen y de saber que la naturaleza es nuestra casa”, explica Rubiato.
El huerto urbano nació en una antigua zona abandonada de Adif. Al no tener uso, se decidió reconvertir este lugar en una zona para los vecinos de Tarancón. Ahora está repleta de parcelas, cada una con 40 metros cuadrados. Hay una serie de normas para poder acceder a uno de los terrenos. La primera de ellas es que el cultivo a sembrar sea ecológico al igual que los productos y las prácticas usados para su mantenimiento.
El agua se suministra por un sistema de riego por goteo para evitar su derroche y el abono utilizado en los terrenos es respetuoso con el medioambiente. Las plantas también son tratadas con productos caseros en caso de enfermar. No se utilizan pesticidas comunes. Si alguna de ellas tiene pulgón, se las trata con un purín de ortigas.
Otros remedios empleados son por ejemplo el jabón potásico e incluso otras plantas que pueden curar a las que padecen alguna afección. Es esta la razón por la que se alternan los tipos de plantas en los terrenos a modo de barrera defensiva. “Si solo tienes tomateras y llega una araña roja al cultivo, lo pierdes todo”, explica Rubiato.
Una de estas opciones es colocar en una parcela flores para crear una muralla y que así no se traspasen insectos dañinos para las plantas o sembrar matas cuyas raíces impiden la proliferación de plagas.
Las parcelas se conceden a las personas que las soliciten cada tres o cuatro años. Algunos de los hortelanos llevan desde el 2015 a cargo de uno de los terrenos. Las superficies vuelven a ser cedidas de nuevo siempre y cuando la actividad sea continua bajo un cuidado ecológico. Este espacio cuenta con una zona de compostaje para las plantas, las propias parcelas, un `bosque comestible´ con árboles frutales, zonas para el cobijo de los insectos en invierno, una pequeña casa donde se lleva a cabo parte del aula de educación ambiental para niños y un refugio para gatos.
CONVIVENCIA
Cuarenta hortelanos cuidan de este pulmón verde en Tarancón. El amor por la naturaleza ha creado a una comunidad formada por personas de edades y raíces culturales muy dispares. Desde un niño de 8 años hasta un señor de 95, todos conviven en este pequeño espacio donde intercambian conocimientos y aprenden sobre el arte del cultivo.
Cada caso es particular. Principalmente los vecinos que se aventuran a tener su propio huerto lo hacen por su gusto por los entornos naturales, por la curiosidad que les despierta y para disfrutar de una alimentación alternativa libre de aditivos.
El caso del horticultor más joven, el chico de 8 años, es un tanto diferente. Él siembra con sus manos plantas a modo de terapia por recomendación de la psicóloga a la que acude. A otros no solo les resulta un lugar para conectar con la naturaleza, también una red social.
“Es un sitio que está cerca del pueblo y que te invita a estar aquí. Los hortelanos quedamos a cenar por las noches. Hay muy buen ambiente”, detalla Rubiato. Este grupo comparte sus experiencias en las distintas actividades que propone, unos talleres y quedadas en los que intercambian semillas, conocimientos y cultura. La diversa procedencia de los hortelanos hace del huerto urbano un espacio plural. Personas de Rumanía, Argentina, Uruguay y Colombia e incluso de países árabes se unen en este corazón natural. Se organizan talleres de índole muy variada como cursos de cosmética natural, charlas o catas de vino. Durante estos ocho años los hortelanos han aprendido a hacer mate y la historia de esta bebida; a cocinar empanadillas de maíz o verdolaga.
La iniciativa en Tarancón “va calando”, según la técnica medioambiental del Ayuntamiento. “Todas las personas que vienen al huerto se enamoran de él y quieren su parcela”.
La naturaleza se presta así como el escenario perfecto para crear una pequeña comunidad que aboga por un mundo más respetuoso con el medioambiente.