Llega un día en el que todo te explota en la cara, no puedes más con la rutina y te pesa todo el cuerpo. Te ahogas en un vaso de agua, solo que el vaso de agua se muestra ante ti con mayor inmensidad que el océano Atlántico. Sientes que no tienes energía para afrontar ni un solo día más, lo único que quieres hacer es llegar a casa y tumbarte en la cama.
Procrastinar se convierte en tu hobbie diario, y haces caso omiso del trillado refrán “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, hasta que ya no te quedan más mañanas. Subir las escaleras de la facultad se te hace un mundo, terminas preguntándote “¿para qué tengo que hacer esto?”, y acabas por abandonarlo todo: tus metas, tus aspiraciones y tu vida. ¿Te suenan estas sensaciones?.
Desgraciadamente, la exacerbación de todas esas emociones es cada vez más común entre los jóvenes, y en algunos casos aparecen a edades muy tempranas. Durante el año 2018, alrededor del 30% de los españoles de entre 15 y 29 años sufrieron algún síntoma de trastorno mental, según el estudio 'Barómetro juvenil de vida y salud' realizado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) y la fundación Mutua Madrileña.
“Cuando yo estuve muy grave no salía de casa, me separé completamente de mi entorno, abandoné mi ocio y todo completamente. No tenía ganas de nada”. Estas son las palabras de Belén Hurtado, una estudiante de la Universidad de Valencia que durante varios años sufrió Trastorno Depresivo Mayor junto con Trastorno de ansiedad generalizada. El desencadenante: maltrato psicológico y abuso sexual. En la mayoría de los casos, la depresión está ínfimamente ligada a la ansiedad, aunque no siempre es así. Muchas veces estos trastornos surgen por problemas derivados del círculo de amistad, un trauma del pasado o sentir que tus estudios o vida laboral se te hacen cuesta arriba.
Para ella, lo más duro fue callar durante más de dos años por miedo a que nadie la creyese, mientras disimulaba su vacío y su tristeza sin verse capaz de pedir ayuda. “Yo soy una persona muy viva, bromista... y en esos momentos no hablaba, no me reía, no comía apenas... estaba muerta en vida, y cualquiera que me conocía sabía que algo me pasaba, por eso me resultó muy complicado disimularlo durante tanto tiempo”.
La forma en la que estas enfermedades pasan desapercibidas tiene mucho que ver con el enjuiciamiento y estigmatización de las mismas, pues muchas personas que las sufren, como Belén, tienen reparo a la hora de abrirse con sus familiares y amigos o pedir ayuda profesional, y esto es consecuencia directa de la normalización a la hora de referirse, por ejemplo, a la depresión como estar pasando una mala racha, o incluso estar deprimido, y al estrés como un simple agobio provocado por una situación determinada.
Los prejuicios que los propios pacientes tienen de los trastornos mentales hacen que sea mucho más difícil actuar a tiempo y de forma adecuada, pues entienden que lo que están pasando no es nada fuera de lo común, se sienten culpables de sus propias emociones e incluso que lo están exagerando, o simplemente que no quieren preocupar a nadie de su entorno porque lo perciben como una tontería sin importancia. “Yo estaba avergonzada por sentirme así de mal y de débil, porque yo siempre he sido la típica persona con carácter, líder y tal, entonces que el resto se enterase, digamos, de lo que había llegado a permitir, pues a mí me parecía terrible”, relata Belén.
Puede que el causante del cuadro depresivo no fuera la propia universidad, pero el ambiente no ayudó en absoluto a que Belén avanzase para superar su depresión. Mientras recibía ayuda psicológica y precisaba de medicación para la ansiedad, intentó proseguir con sus clases de la manera más llevadera posible. “A lo mejor cosas como ducharme para mí eran ya un mundo, pues imagina estudiarte 3 temas en un día o cosas así, no podía”.
Muchos compañeros y profesores la ayudaron a controlar sus ataques e intentaron hacerle más asequible el temario, incluso aplazando los exámenes. Sin embargo, otros docentes no solo no hicieron nada por ella, si no que le intentaron hacer ver que perdía el tiempo: “pensaban que era un despropósito y que estaba echando todo a perder, no me ayudaban en nada, me tenían como un fracaso total del que no podían hacer nada más que sentir lástima. Y entonces yo cogí mucha rabia hacia ellos y el entorno en general”.
Gracias al apoyo y al cariño de sus familiares y amigos más cercanos, junto con un tratamiento psicológico, Belén está totalmente recuperada, afirmando que “ahora es como si fuera la versión mejorada y asertiva de lo que era antes de que todo esto me pasara”.
Si se habla de trastornos de ansiedad y depresión en el ámbito universitario, entonces en la otra cara de la moneda se encuentran los docentes.
Eduardo Higueras es profesor en la Facultad de Comunicación y en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Castilla – La Mancha, y en alguna ocasión ha tenido que tratar con alumnos que padecían estas patologías psicológicas. Desde su experiencia, destaca que la masificación de las aulas hace que sea mucho más complicado tener un trato más cercano con los alumnos, siendo mucho más difícil llegar a conocer estos casos de manera intuitiva.
“Cuando un alumno sufre un cuadro de este tipo, la convivencia en el aula peligra… Lo notas y provoca problemas, y más teniendo en cuenta que los profesores no reciben formación psicológica”. En ese sentido, denuncia que la formación del profesorado universitario es muy deficiente a la hora de enseñar, sabiendo que se tiene que atender a gente joven con actitudes y expectativas muy diversas, y que sería muy necesario y recomendable incluir un curso pedagógico en dicha formación.
El problema radica en que muchos docentes intentan reducir al máximo sus horas lectivas a través de sus proyectos de investigación, por lo que verdaderamente no llegan a formarse didácticamente. “Todo el sistema está volcado en la investigación, y solamente se dispone de encuestas para medir la calidad de la docencia”. Esto es un problema de base, porque el alumnado debería ser lo prioritario en la universidad, así como garantizar la atención necesaria ya sea por problemas de organización en el estudio, adaptación o trastornos psicológicos.
A pesar de todas las dificultades que la universidad pueda presentar para intentar solventar los trastornos psicológicos de los alumnos, la UCLM dispone de un Servicio de Atención Psicológica (SAP), que está a disposición tanto de docentes como alumnado, y atiende cualquier tipo de consulta, relacionada o no con cuestiones académicas. La ansiedad vuelve a aparecer, pues es la consulta estrella, sobre todo en época de exámenes, demostrando que muchas veces es el propio ámbito académico el que desencadena estas conductas.
“Durante el confinamiento, tuve una alumna con Trastorno de ansiedad diagnosticado, y es entonces cuando te planteas tu docencia porque de eso depende si la enfermedad de esa persona se agrava o no”. Es verdad que, durante esos dos meses encerrados en casa, los casos de ansiedad y estrés postraumático se dispararon, pero para quien ya lo sufría se convirtió, aún más si cabe, en una pesadilla. “Muchos de los alumnos de Humanidades me pidieron que siguiera dando clase incluso en vacaciones para tener una rutina”, comenta.
Tampoco se habla de las situaciones de acoso en la universidad, que podrían ser perfectamente otro de los motivos que pueden desencadenar en el alumno síntomas de depresión. Aunque hablar de acoso en la universidad sea casi absurdo, lo cierto es que a día de hoy siguen apareciendo casos. “Hay profesores que lo han pasado muy mal porque no han sabido manejar el problema. Está demostrado que en estos casos haría falta un mínimo de formación pedagógica, empatía y profesionalidad”.