En una provincia como Cuenca, en la que un significativo porcentaje de sus 238 municipios no tiene comercios de alimentación, la labor de los vendedores ambulantes es, sin duda, imprescindible. Si no fuera por estos comerciantes que viajan con auténticas tiendas sobre ruedas, los habitantes de estos pequeños municipios se verían obligados a desplazarse varios kilómetros para poder comprar fruta, verdura, carne o pescado cada semana.
Francisco Navarrete y Emiliano Poderoso son dos de los vendedores que a recorren a diario –en invierno, en verano, con nevadas o bajo un sol abrasador–, cientos de kilómetros de carreteras para llegar a cada rincón de Cuenca. Su labor, aunque no lo parezca, es fundamental para luchar contra la despoblación porque si no llegase la comida a estas pequeñas poblaciones serían muy pocos los que continuarían viviendo en estos puntos y, aun así, Navarrete y Poderoso comprueban cada día cómo “cada vez queda menos gente en los pueblos”.
Francisco, conocido como ‘El caballito’, lleva más de 30 años en el oficio y desde su furgoneta despacha una gran variedad de frutas, verduras y hortalizas. Las patatas, los pimientos o los tomates son productos fijos en su oferta, pero dependiendo de la temporada juega con algunos nuevos como, por ejemplo, las fresas, típicas de estas fechas. Sin embargo, la subida de precios hace que el ticket medio baje cada vez más. “Ajustamos los precios todo lo que podemos pero el gasoil ha subido mucho y el coste de la fruta también. La gente mayor estira la pensión todo lo que puede pero desde hace unos meses venimos notando que miran mucho más lo que compran”, asegura.
En su caso, recorre alrededor de 500 kilómetros al día ya que él reside en Albacete capital y las diferentes rutas que hace arrancan allí. En cada pueblo conquense ya tiene su clientela fija e intenta hacer varias paradas en cada municipio para que, sobre todo, las mujeres más mayores no tengan que andar mucho cargadas con las bolsas. “Después de tantos años ya nos conocemos todos, tenemos relación y siempre nos ayudamos unos a otros”, asegura Navarrete.
No obstante, en verano es cuando las ventas se disparan porque en los pueblos se multiplica la población. “Hay gente que viene a pasar el verano a las casas que tienen aquí y las vecinas habituales les hablan de mí para que sepan los horarios y me conozcan”, cuenta.
Del mismo modo Emiliano Poderoso vendedor ambulante desde hace 21 años, considera a su clientela como “una gran familia”. En su caso, en el camión frigorífico que conduce lleva desde productos congelados como pescados, carnes, verduras, mariscos, precocinados o postres hasta carne fresca, embutidos, productos lácteos y bollería artesana que le suministra una panadería de Motilla, lugar donde reside.
Presta servicio a 58 municipios de la provincia de Cuenca y, dependiendo de la ruta, recorre entre 300 y 500 kilómetros al día. “Es un trabajo muy sacrificado porque madrugamos mucho, estamos todos los días en la carretera y llegas tarde a casa, pero merece la pena porque la gente es muy agradecida”, señala. Tanto que ha habido ocasiones en las que el camión se ha averiado y sus propias clientas le han ofrecido quedarse en sus casas a comer o incluso a dormir.
Al igual que Francisco, Emiliano varía su carta de productos según la estación del año ya que en invierno lleva menos variedad de helado pero en verano llega a tener disponibles hasta 30 referencias. “Hay que adaptarse a lo que reclama la clientela”, apostilla. En este sentido cabe señalar que también admite encargos porque “por ejemplo cuando se prevé que va a nevar, sobre todo la gente de los pueblos de La Serranía hace acopio de comida por si se quedan incomunicados y me llaman para pedirme cosas específicas”, explica.
Emiliano también ha notado que cada vez la gente mira mucho más el bosillo ya que, “si antes compraban emperador o lubina, ahora se decantan más por la merluza o la bacaladilla que es más barata”. Al fin y al cabo, “buscan productos que rindan más por menos precio”, recalca.
Pese a la subida de costes, la pérdida de población de los últimos años –que afortunadamente se está revirtiendo poco a poco– y el descenso de poder adquisitivo de las familias, tanto Emiliano como Francisco no se plantean abandonar este servicio porque es “muy gratificante”.