Hace tan solo unas décadas, cincuenta familias vivían del monte en la localidad de Sotos. Hoy, apenas nueve personas, entre ellas una mujer, continúan trabajando en la extracción de la resina. “Mis padres comían de esto”, recuerda Rodrigo Valiente Torralba, de sesenta años y uno de los pocos que todavía resisten en un oficio no demasiado rentable. Aunque a pesar de las malas campañas de los dos últimos años, las expectativas son halagüeñas para esta temporada, cuando se espera una subida del 70% de los precios.
El incremento del coste del petróleo –principal competidor de la resina como materia prima– y del transporte –lo que encarece las importaciones de este producto de otros países– están detrás de esta subida que viene como agua de mayo para los resineros.
El kilo se situará así este año sobre 1,60 euros. De esta cantidad, los resineros se quedarán con 1,35, yendo el 0,25 restante a los propietarios del monte pinar ‘El Rodenal’ de Sotos, lugar en el que recogen la resina. El terreno tiene una extensión de 1.700 hectáreas aunque “solo se está aprovechando el 30%”, explica Arsenio Valiente, presidente de la Junta de esta propiedad y hermano de Rodrigo.
“Es una pena. Este año está bien el precio de la resina pero mira los pocos que hay para trabajar...”, añade el responsable, que precisa que 200 vecinos del municipio de Sotos –que tiene unos 450 habitantes– son propietarios de este monte.
“Hace dos años, hubo motivos para parar en el monte porque bajaron los precios un 20%. Desde la Junta colaboramos lo que pudimos y le dimos nuestra parte a los resineros para que pudieran defenderse”, recuerda.
De hecho, la extracción de resina ya había estado paralizada en la localidad durante un lustro a comienzos de este siglo pero, a raíz de la crisis económica de 2008, comenzó a reactivarse de nuevo.
Fue entonces cuando Rodrigo comenzó en este oficio, que aprendió de su padre con 18 años y en el que ya lleva doce en la actualidad. Son cuatro hermanos pero es el único que continúa con esta profesión. “Es bastante duro físicamente”, reconoce aunque admite que “antes se echaban más horas. Ahora se hace más cómodo”. “A los abuelos, les amanecía y les anochecía en el monte”, añade por su parte Arsenio, que dice que él solo sabe remasar –recogida de la resina–.
Y luego está el problema de los pagos. La temporada se prolonga de febrero a noviembre pero hasta julio no se recibe el primer cobro tras la primera remasa de la resina. Aunque en los últimos años, tienen un convenio con la empresa que les adquiere la miera, Resinera Valcan de Cuenca, quien les adelanta 3.000 euros a estos trabajadores autónomos, que tienen que pagar por su parte la cuota por empleo por cuenta propia, que ronda los 190 euros mensuales.
Además, durante los dos últimos años, los resineros de la provincia también reciben una subvención de 1.000 euros por campaña por parte de la Diputación de Cuenca. A finales de 2021, la institución aceptó las 15 solicitudes que se habían presentado, procedentes de localidades como Talayuelas, Zarzuela y la propia Sotos.
Cada resinero lleva una media de entre 6.000 y 7.000 pinos, produciendo cada árbol unos dos kilos y medio cada temporada
Aunque depende del año, cada pino suele producir una media de dos kilos y medio de miera. Y cuanto más seco sea el verano, mayor es por lo general el rendimiento. “Sale a unos 1.000 euros el jornal cada mes. Pero el que lleva muchos pinos. Si no, no se llega a ese sueldo”, puntualiza Rodrigo. En su caso, faena unos 8.000 árboles pero la media de los resineros se sitúa entre 6.000 y 7.000.
Para llevar adelante todos estos pinos, hay que ir al tajo unas diez horas al día, de lunes a sábado, y dar alguna vuelta algún domingo. Lo sabe bien Ángel Torralba Lucas, de 48 años y de Sotos. Llegó también a esta profesión cuando Rodrigo, hace doce años, “cuando empezó la crisis del ladrillo”. Antes había trabajado en la construcción y en una serrería pero la situación le obligó a reconvertirse. “Se aprende el oficio viniendo al tajo. Es duro. Tienes que estar pateando el monte para arriba y para abajo sin parar. Picar es más llevadero pero recoger la resina es más cansado”, relata.
Y eso que ahora al menos se lleva una carretilla para transportar el recipiente en el que se va depositando toda la miesa cuando se remasa. “Antes se llevaba la lata cargada encima, que podía pesar unos veinte kilos”, corrobora su compañero Rodrigo, quien asegura que ahora se trabaja con más comodidad.
También muestra su preocupación por los pagos. “Nos dan unos adelantos pero no se cobra hasta julio, con la primera recogida”, dice con resignación. Eso sí, estos resineros reconocen que, en cuanto la empresa pesa la cosecha, se cobra con rapidez. “Este año se espera un buen precio pero estas campañas atrás, muy mal. Hace dos años, no dio para nada”, lamenta Ángel.
Cada temporada se hacen cuatro recogidas: en junio, julio, primeros de septiembre y en noviembre. En la última se retira también el barrasco, que es la costra de miesa que se ha formado a lo largo de la campaña, siendo la que más impurezas tiene.
Al recoger la mayor parte de la resina durante los meses de verano, las altas temperaturas son así otra de las dificultades a las que se enfrentan estos trabajadores. “A veces, se remasa con cuarenta grados de temperatura”, apunta Arsenio.
EL PROCESO
Pero hasta llegar a la recogida, hay mucha faena detrás. Las labores se inician en febrero, cuando se empiezan a desroñar –se le quita la corteza– los pinos. El siguiente paso es subir la grapa del año anterior, que irá canalizando después la caída de la resina dado que debajo se coloca el recipiente en el que se recogerá la miesa. En cada árbol, se comienza a trabajar por el pie, subiéndose cada campaña un escalón, hasta llegar a cinco en una misma cara del pino, pasándose después a otra. El desroñe y el traslado de las chapas se desarrolla simultáneamente hasta marzo.
Una vez preparados los pinos –el rodeno es el que funciona mejor para la resina– y con una herramienta llamada escoda, se hacen las picas, un pequeño corte por el que fluirá la miesa. Además, se aplica una especie de pomada –una mezcla de ácido sulfúrico y escayola– que estimula el proceso. Cada catorce días, habrá que acometer una nueva pica comenzándose a recoger en junio la primera cosecha, finalizándose la campaña en noviembre.
Los trabajadores tienen así un parón durante diciembre y enero aunque en los últimos años, la Junta de la propiedad les ha dado unos jornales a este grupo –tienen una media de entre 50 y 60 años– para que limpiaran el monte. “Para ayudarles un poco”, señala Arsenio. “Y el otro mes de vacaciones”, añade Rodrigo.
El futuro de este oficio en peligro de extinción por la falta de renovación generacional se les antoja “negro”, dicen al unísono los dos hermanos. “Si el precio se mantuviera como este año, se podría seguir. Si no, no da para comer”, afirma Rodrigo.
La resina tiene múltiples aplicaciones, desde la pintura a la cosmética. Además de su contribución medioambiental al tratarse de un producto natural y renovable, como sustitutivo de los derivados del petróleo, los resineros también cumplen otra función: “Son como los guardas del monte”, reflexiona Arsenio.
Sotos realizará una prueba de pica con taladro sobre 500 pinosEl sector resinero no ha evolucionado demasiado en las últimas décadas. Salvo algunas pequeñas modificaciones que hacen las labores más cómodas, se sigue trabajando con los métodos tradicionales y las mismas herramientas que utilizaban sus abuelos. Abiertos a explorar nuevas posibilidades, el año pasado, los resineros de Sotos llevaron a cabo una prueba de pica con taladro en lugar de con escoda sobre 500 pinos. “Pero no nos gustó mucho. La resina recogida es más pura pero la producción es menor”, asegura Rodrigo Valiente.
Precisamente este resinero y un compañero han participado a finales de abril en un curso de formación desarrollado en Segovia sobre pica con taladro. Su intención es volver a probar esta campaña sobre otros 500 pinos con este método pero con otro tipo de broca, y se trabajará también con tres pomadas distintas para ver cuál funciona mejor.
Con este sistema, la recogida se hace directamente en una bolsa de plástico, lo que permite una mayor pureza de la resina al no verse ensuciada por otras partículas y “quita faena”. El problema es que, a partir de septiembre, la miera se suele espesar y se obstruye el tubito por el que pasa a la bolsa, por lo que la cosecha merma.