Rafael Ramírez Araque: fusión de arte y ajo
01/08/2015 - C.I.P.
La fusión del arte y el ajo tiene nombre propio: Rafael Ramírez Araque. Este vecino de Las Pedroñeras de 77 años de edad lleva toda la vida dedicándose a la artesanía del ajo. Un campo en el que ha hecho escuela elevando el humilde trenzado de ristras a la creación artística. Sus obras son icono en la ornamentación festiva de Las Pedroñeras.
No hay formato que se le resista. Ristras dobles, sencillas, ramos, mazacotes o lámparas, entre otros, son los que en la vertiente comercial salen de la empresa Ajos Ramírez, hoy en manos de sus hijos. Pero su pasión por el producto estrella de Las Pedroñeras le ha llevado a realizar todo tipo de elementos decorativos que exhibe orgulloso en la tienda museo de su empresa. Las figuras de Don Quijote y Sancho Panza, escudos, relojes, abanicos, arreos de caballería y un largo etcétera, que levantan la admiración de todo el que visita su almacén”.No lo puedo remediar mi cabeza siempre está ideando algo”, señala.
“Una vez le dije a Teresa Campos que le tomaba medida para hacerle un vestido con ajos. No lo hice porque no quiso (ríe) pero con ajos se puede hacer de todo”, dice con el humor que caracteriza a este pedroñero, imagen de la calidad y buen hacer del municipio manchego con el cultivo que es la piedra angular de la economía de la comarca.
Rafael Ramírez, pionero en la apertura del mercado europeo, ha realizado a lo largo de su vida una gran labor en prestigiar y difundir el ajo morado, paseando su buen nombre por todo el país.
Los ajos de Rafael Ramírez están presentes en la mesa del Papa, del Rey o en afamados fogones de reconocidos restauradores a los que periódicamente realiza envios de forma altruista. Es su forma de contribuir a difundir las bondades del ‘Ajo Morado de Las Pedroñeras’. “Cuando suena algo queda”, dice. “Raro es el día que no mandamos algún paquete. Tenemos dos agencias, una en España y otra en el Extranjero”.
La pasión por el ajo se despertó muy pronto en Rafael. Con solo 10 años ya recorría La Mancha con su bicicleta, cargada con una gavilla de ajos más grande que él, que vendía en municipios como Tomelloso, Villarrobledo o Quintanar de la Orden. Nadie le enseñó a hacer ristras. “En mi casa no había tradición, aprendí yo solo y poco a poco fui mejorando la técnica, primero solo con la ricia, luego cogía anea y junquillos en el río para trenzar, y así empece... Después he enseñado a mucha gente que se dedica a esto, desde Mota hasta Alicante”.
Hace treinta años que creó la empresa que hoy tiene una gran fama por la calidad, originalidad y buen hacer. Los comienzos fueron duros, “trabajaba 25 horas de las 24 que tiene el día, pero siempre he cumplido con todo lo que me encargaban”. Hoy está jubilado, aunque no puede evitar mantener la rutina de tener los ajos entre sus manos, ahora entregadas al peculiar arte que siempre ha sido su pasión”.
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