Probablemente en alguna ocasión se habrán percatado de su presencia en el horizonte cuando circulaban por la Autovía de Valencia o por el tramo Tarancón-Cuenca de la A-40 e, incluso, se habrán preguntado qué eran y para qué servían.
Pues bien, no son otra cosa que algunas de las torres fortificadas que conformaban parte del sistema de comunicación gubernamental español de mediados del siglo XIX y en el que Cuenca mantenía una posición un tanto destacada al discurrir por la provincia parte de una de las tres líneas principales existentes en el país, la Madrid-Valencia-Barcelona, con 12 torres, y un ramal de ésta hasta la capital conquense, con otras ocho.
Una veintena de torres de telegrafía óptica que permitían que “Cuenca tuviera comunicación directa y rapidísima –para la época, claro– con la Corte, en Madrid; algo que otras ciudades mucho más grandes, como Barcelona, La Coruña o Alicante, no la tenían. Y es que las telecomunicaciones en el siglo XIX trataron muy bien a Cuenca”, según asegura Jesús López Requena, delegado en Cuenca de la Asociación de Amigos del Telégrafo de España y autor del libro ‘El progreso con retraso. La telegrafía óptica en la provincia de Cuenca’ (2010).
RED CONQUENSE
Esta red de comunicación continúa muy presente en el territorio y, de hecho, aún se conservan 16 de las 20 torres originales, lo que hace que Cuenca posea el mayor conjunto de torres de telegrafía óptica civiles de España, que, además, fueron declaradas Bien de Interés Cultural (BIC) por el Gobierno regional en 2020.
Una protección muy avanzada, incluso a nivel europeo, según subraya López Requena, al aplicarse a las dos líneas en sí y no reducirse exclusivamente a las torres, lo que, a su juicio, “fue algo ideal para entender la telegrafía óptica”.
En la actualidad, ya han desaparecido por completo las torres de Tarancón, Almendros, Saelices y Olivares de Júcar, pero se mantienen la otras 16. En concreto, en la línea principal Madrid-Barcelona –también conocida como la línea de Valencia– se conservan las de Belinchón, Montalbo (mínimos restos), Villares del Saz, Valverde de Júcar, Olmedilla de Alarcón, Motilla del Palancar, Castillejo de Iniesta y Graja de Iniesta, mientras que del ramal Tarancón-Cuenca, siguen en pie las de Uclés, Carrascosa del Campo, Torrejoncillo del Rey, Horcajada de la Torre, Abia de la Obispalía, Villanueva de los Escuderos, Cólliga y Cuenca.
Esta red de telegrafía óptica estuvo en servicio en la provincia de 1849 a 1857, hasta la llegada de la telegrafía eléctrica, y en ella estuvieron trabajando cerca de 70 personas, muchas de ellas mujeres, entre torreros –dos por torre–, ordenanzas –uno por torre–, tres comandantes y cinco oficiales de sección.
TORRES FORTIFICADAS
Cada una de estas torres de 9,5 metros de altura, contaban con tres plantas y eran solamente accesibles por el piso intermedio, al que los torreros llegaban con una escalera portátil que, una vez dentro, retiraban para convertirse en una plaza inaccesible, según explica López Requena. No en vano, se trataba de construcciones fortificadas dotadas de unas aspilleras en el piso inferior para su defensa desde el interior por parte de los torreros, que estaban armados con una carabina.
Éstos residían en la segunda planta, mientras la tercera y última se reservaba para el mecanismo de transmisión y la azotea para el aparato transmisor. Éste consistía en un bastidor de hierro con tres paneles a cada lado –opacos y separados entre sí–, entre los que circulaba verticalmente un cilindro, también opaco, llamado “indicador”. Su posición con respecto a los paneles laterales determinaba una cifra del 0 al 9 y una bola dorada a un lado proporcionaba mensajes propios del servicio.
El contenido de los mensajes era desconocido para los torreros, que se limitaban a divisarlo con un catalejo de la torre de retaguardia, reproducirlo en su torre y, así, transmitirlo a la siguiente torre hasta que llegara a su destino, donde el comandante de línea podría descifrarlo con un libro de claves. La provincia de Cuenca contaba con tres comandantes, el de Tarancón, Motilla del Palancar y Cuenca. Y este último se encontraba en la sede del Gobierno Civil, entonces en el entorno de la Puerta de San Juan, donde finalizaba el ramal de Tarancón-Cuenca, con una longitud de 73,48 kilómetros.
Una completa red de comunicaciones que situó a Cuenca durante un lustro como una de las pocas ciudades mejores conectadas con la capital del Reino.