Entre un minuto y medio y tres minutos–dependiendo de la cantidad y el estado de la lana– es el tiempo que emplea un esquilador en pelar una oveja. Una práctica fundamental para mantener la salubridad del ganado que aparentemente parece fácil pero que requiere de una gran precisión, agilidad y destreza para extraer el vellón de una sola pieza, con el mejor corte –rápido y uniforme– para aprovechar al máximo la calidad de la lana y, sobre todo, para no causar daño al animal.
Así lo ponen de manifiesto los integrantes de una de las pocas cuadrillas conquenses de esquiladores que siguen trabajando en la provincia, en este caso fundamentalmente en La Serranía, una zona de gran tradición ganadera en la que históricamente la lana de las ovejas merinas trashumantes ha tenido una gran importancia económica.
La situación actual es muy diferente. A la bajada de las ventas que ya se venía arrastrando desde hace años con el aumento de materiales sintéticos en la industria textil, se suma ahora la pérdida de rentabilidad que se viene sufriendo desde el inicio de la pandemia.
“Cuentan los mayores que con los beneficios de la lana pagaban las fincas en las dehesas de invierno. Hoy no llega para cubrir los costes del esquileo”, señala José González, ’Pepito’, un ganadero de Vega del Codorno que sigue ejerciendo el oficio, aunque no con la intensidad que lo hacía hace años, cuando formaba parte de esas cuadrillas de esquiladores que iban de pueblo en pueblo.
Al igual que sus compañeros de faena ya no se dedica en exclusiva al esquileo durante la campaña. Todos son ganaderos y su actividad no les deja el tiempo.
“Nos juntamos para ayudarnos unos a otros, y si es necesario hacemos algún ganado más, pero tenemos obligaciones con nuestros animales y ya no podemos dedicarnos como antes”, apostilla Antonio Lahoz, un turolense afincado en La Vega, que junto a Paco ‘El Chino’, de Tragacete y Alfonso, de Las Majadas, completan el grupo, aunque cada uno desarrolla a su vez su actividad por su cuenta. “No somos una cuadrilla fija”.
Oficio antiguo
El esquileo es uno de los oficios tradicionales más antiguos en el medio rural. El paso del tiempo, más allá de la mecanización que mejora y adapta el proceso a las necesidades actuales y proporciona una mayor comodidad, tanto para el esquilador como para los animales al permitir acelerar el trabajo, apenas ha cambiado la técnica.
“Nuestra forma de trabajo es la tradicional, la que aprendimos de nuestros padres. Muchos de los esquiladores extranjeros utilizan el método sin atado, que parece que es más rápido, nosotros trabamos las patas para evitar cortes por movimiento del animal, eso es fundamental. En el esquileo la rapidez es importante, pero no es una carrera, a nosotros nos importa más hacer las cosas como nos gustan, para que las ovejas queden bien y sin heridas”.
Con todo, el número de ejemplares por persona que se pueden esquilar en jornada de alta actividad en esta cuadrilla oscila entre las 150 y 200, “hay ganados que se hacen mejor y otros peor, depende de si las ovejas están más o menos gordas y de la limpieza y condiciones que tengan la lana”, añade el ganadero de Las Majadas.
El esquile de ovejas es una actividad que demanda mucha mano de obra entre los meses de abril y finales julio. Eso sí, la mayoría de esquiladores que realizan la campaña son extranjeros puesto que la falta de relevo generacional hace que cada vez sea “más difícil encontrar profesionales españoles”, apostilla Paco, quien reconoce que se trata de un oficio “duro y muy sacrificado”.
En su caso, al igual que al resto la tradición le viene de familia. Comenzó a esquilar con apenas 15 años y con 37 sigue en la brecha.
“Mientras podamos nosotros vamos a seguir esquilando porque llevamos toda la vida haciéndolo y nos gusta pero llegará un momento en el que el oficio desaparezca de los pueblos. Aún queda alguna cuadrilla pero la mayoría ya viene de otros países, apunta Alfonso.
La dificultad para encontrar esquiladores, unido al aumento de costes y la pérdida de rentabilidad de la lana, han impulsado a los ganaderos a colaborar entre sí. Una forma, dicen, de paliar la falta de disponibilidad de mano de obra pero también de equilibrar gastos.
Y es que señalan que el esquileo es rentable económicamente para quien lo ejecuta pero no para el ganadero. Antonio cuenta que antes de la pandemia los precios de la lana mejoraron hasta rondar los dos euros por kilo. Ahora, el mercado se mueve en una horquilla entre los 0,40 y 0,50 céntimos. Si tenemos en cuenta que el peso medio que se saca a una oveja está en torno a dos kilos, y que el precio de la esquila se sitúa entre 1,50 y 1,70 euros, dependiendo del animal, está claro que al ganadero no le salen los números.
Pero no tienen otra opción. No liberar a los animales “llegaría a causarles la muerte”. Y es que según destaca José González, las merinas son ovejas laneras que no pueden eliminar por sí misma el exceso que acumularían sin el paso anual por el rapado de su vellón. “Seguiría creciendo hasta causarles problemas de movilidad, parásitos e infecciones”, concluye el veguero José Gómez.