La emigración no cesa. La crisis empujó hace unos años a muchos ciudadanos a buscar un futuro más allá de nuestras fronteras. Y aunque parece que la situación ha mejorado y algunos han regresado, los datos revelan que el número total no ha dejado de crecer: en el último año, hubo 267 nuevas inscripciones de conquenses en el Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE).
Si se va más atrás, desde que arrancaron las dificultades económicas y laborales, la población conquense residente en otros países ha crecido en una década, un 42,8%, pasando de los 2.554 que se registraban en 2009 a los 3.647 (1.858 mujeres y 1.789 hombres) contabilizados a 1 de enero de 2019. El año pasado, eran 3.552 las personas de la provincia que habitaban fuera.
No obstante, la diáspora real es difícil de cuantificar porque muchas de las personas que emigran no se registran en los consultados por miedo a la pérdida de derechos en España como, por ejemplo, el acceso a la sanidad. En el lado contrario, también hay que tener en cuenta que la estadística que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE) reconoce como españoles a todos aquellos extranjeros que han logrado la nacionalidad española.
De hecho, en el caso de la provincia de Cuenca, del total de 3.647 registrados en el PERE, 2.020 han nacido en el extranjero, por lo que puede que hayan retornado a sus países de origen o bien hayan decidido marcharse a otros.
PREFERENCIA POR FRANCIA
Por continentes, el destino preferido por los conquenses para emigrar es la Unión Europea: más de la mitad (2.005 personas) reside en alguno de sus países. En segundo lugar se sitúa América, con 1.502 conquenses emigrados. De lejos, le siguen Oceanía (62 personas), Asia (55) y África (23).
Por países, Francia es el estado escogido mayoritariamente por los conquenses (852 casos). Argentina (355), Reino Unido (290), Alemania (283) y Suiza (207) son los otros destinos elegidos en mayor número.
Esta tendencia al alza de la emigración conquense está en sintonía con la del territorio nacional. En total, 2.545.729 españoles viven en otros países, un 73% más que hace una década, cuando eran 1.471.691.
Muchos han encontrado un futuro en otros países. Pero con muchas renuncias personales detrás. Y no son pocas las dificultades burocráticas a las que se enfrentan. El voto rogado es una de ellas. “Es terrible”, dice Juan Carlos García-Abad, de Tarancón, que ahora reside en París. Jesús García, que ha emigrado de Buendía (Cuenca) a Portugal, lo califica como “vergonzoso”.
Los españoles que salen fuera también se topan con diferencias en la sanidad respecto al sistema español. En Portugal, “funciona más o menos como en España”, aunque hay “copago”, explica Jesús. “Todo residente tiene derecho a la sanidad pública, trabaje o no”, añade. Sin embargo, a su pareja no le querían incluir en lista de espera para una operación y tuvieron que poner una reclamación. Les dieron la razón.
Y tiene otra inquietud: “Los que emigramos no tenemos garantizada la asistencia sanitaria en España cuando vamos. Yo no sé si seré atendido sin que me pasen una factura. Por esto, muchos emigrantes no se dan de alta en los consulados”.
En Francia, es “semiprivada. El Estado te paga una parte y tú, la otra. Lo habitual es tener un seguro, que las empresas cubren a los trabajadores”, indica Juan Carlos.
El Gobierno central aprobó en marzo un plan de retorno para emigrantes españoles con el que pretende que regresen unos 23.000 hasta 2020. El programa cuenta con un presupuesto de 24,2 millones de euros para este año y el próximo.
Jesús García se muestra muy crítico con este plan. “Rotundamente es un programa que está llamado al fracaso; es más electoralista y elitista que realista. En 2015, Pedro Sánchez prometía una inversión de 1.500 millones de euros, pero se han quedado en muchos menos”, critica.
Explica que en Castilla-La Mancha hay otro plan pero critica el “triunfalismo” del Ejecutivo regional al hablar de que han retornado 200 personas. “¿Realmente se puede calificar como exitoso el programa, cuando año tras año salen cerca de 1.000 manchegos?”, se pregunta.
“En Portugal existe un programa parecido. Pero se han dado cuenta de que el plan en sí no sirve. El país necesita reformas estructurales”, apunta, añadiendo que esta experiencia se podría extrapolar a España.
Leticia Ruiz, de La Alberca de Záncara y residente cerca de Amsterdam, duda de la eficacia del plan: “Una ayuda para volver, o incluso una oferta de trabajo, no será suficiente mientras los sueldos sigan siendo bajos y la vivienda cara, ya que se concentra el trabajo en grandes ciudades. Si apostaran por el trabajo digno en lugares como Cuenca, o incluso el retorno a los pueblos, donde la vivienda no es tan cara, quizá habría que pensarlo”.
“NO CREO QUE YO HAYA DECIDIDO IRME AL EXTRANJERO. LAS POLÍTICAS ME EMPUJARON ”
Desde hace casi seis años, Jesús García Serrano, del municipio conquense de Buendía, vive en Lisboa, donde trabaja como diseñador de interiores. “No creo que yo haya decidido marcharme al extranjero; las políticas que se han estado llevando en España han hecho que tenga que residir fuera”, critica. El joven, de 31 años, dice que desde bien pequeños, a los que son de pueblos pequeños, se les “inculca la movilidad”: a los 12, ya cogía un autobús todos los días para ir al instituto a unos 16 kilómetros.
Tras estudiar en Guadalajara y Cuenca, cursó después estudios superiores de Diseño de Interiores en Logroño y se fue de Erasmus a Lisboa, donde posteriormente haría prácticas. Cuando las finalizó, se dio cuenta de que no podía regresar a España. “¿Dónde volvía? ¿A Cuenca, donde mi profesión se reduce al mínimo exponente? No había otra opción que la de quedarme y trabajar con amistades que realicé aquí”, recuerda el joven, que explica que la población española va aumentando en Portugal. “Empresas de call center han ido reduciendo plantilla en España para traérsela al país luso (reducción de coste laboral al tener sueldos inferiores el trabajador). Es una migración forzada por la economía”, matiza.
Entre las desventajas de vivir fuera, lo que echa de menos realmente es a la familia. “Vengo de una familia grande y ahora mis hermanos y otros familiares están teniendo bebés. En la mayoría de los casos, he conocido a mis sobrinos ya pasados los seis meses del nacimiento”, lamenta. Reconoce que “claro” que le gustaría regresar, pero precisa: “Siendo realista, lo veo muy difícil. Viendo la pasividad del Estado español haciendo políticas para la emigración, inexistentes hasta ahora, ni a corto ni a medio plazo, veo viable una vuelta”.
“LA MAYOR DESVENTAJA DE VIVIR FUERA ES QUE NO HAY SANIDAD PÚBLICA"
Leticia Ruiz Cañaveras, de La Alberca de Záncara (Cuenca), tiene 32 años y vive en Weesp, una ciudad cercana a Amsterdam. Es coordinadora en logística y servicio al cliente de una empresa holandesa de carritos de bebé. “Decidí marcharme al extranjero porque las condiciones y sueldos si salía alguna oportunidad laboral, no eran suficientes para llegar a fin de mes”, explica.
Su pareja estaba viviendo allí y eso también la empujó a dar el salto y emigrar. “En tres años que llevo, he cambiado varias veces de trabajo, ya que las ofertas llegan con relativa facilidad si te mueves un poco. Tampoco está mal visto que alguien joven cambie de trabajo después de un año. Lo toman como muestra de iniciativa, capacidad de aprendizaje y adaptación. Pero empecé de camarera, como tantos”, recuerda.
Apunta como ventajas los salarios, la calidad de vida, el buen servicio de transporte, la vegetación y el ambiente multicultural. “Con alquileres similares a España, pero sueldos más altos, tu capacidad de ahorro aumenta. Puedes plantearte comprar un piso; además, no se pide entrada”, subraya. “Vivir en otro país también te empodera, da libertad y te quita el miedo si tienes que hacerlo de nuevo”, añade.
La mayor desventaja es que no hay sanidad pública. “Por obligación tienes que pagar un seguro privado de unos 100 euros al mes cómo mínimo, el básico. Luego, cada vez que tengas una prueba, hay que pagarla, porque el seguro te cubre a partir de 385 euros por año. Lo hacen para evitar tener más primeras consultas. Aquí hay un problema grave en el primer diagnóstico”, lamenta. Pero, “de momento”, no se plantea regresar a España. “Estoy contenta y después del esfuerzo de estos años, quiero disfrutar lo aprendido. Pero la idea de volver en un futuro, no se descarta”, concluye.
“LAS CONDICIONES DE LOS AUTÓNOMOS EN FRANCIA SON MEJORES QUE EN ESPAÑA”
“¿Volver a España? Algún día, si las condiciones laborales fueran mejores, sería un lugar perfecto para vivir. Pero, de momento, no; todavía me quedan algunos años más aquí”, explica Juan Carlos García-Abad Cantarero, de 32 años y “exiliado” desde 2015 en París, donde trabaja como guía oficial de turismo. Dice desconocer el plan de retorno de emigrantes del Gobierno central pero apunta que le suena “a medida de campaña electoral que seguramente quede en nada o sirva para muy poco”.
Aunque nacido en Madrid, el joven se crió en Tarancón (Cuenca). Se licenció en Historia y luego hizo un Máster de Arqueología. “Cuando empecé a estudiar, había trabajo en museos e inversión en cultura. Pero cuando terminé en 2011, estábamos en plena crisis y como era prácticamente imposible vivir de la arqueología -lo que es una pena porque España tiene un potencial tremendo-, decidí buscar otras alternativas y así llegué a París en 2015. Tras años trabajando, conseguí la convalidación como guía oficial del Estado francés y trabajo enseñando la ciudad”, cuenta. Explica que allí hay muchos españoles, sobre todo fisioterapeutas y enfermeros. “Tienen unas condiciones de trabajo mucho mejores que en España”, apunta.
“Una ciudad con tanto turismo hace que tenga siempre trabajo y las condiciones de los autónomos en Francia son mucho mejores que en España. Y al ser una de las capitales europeas más importantes, encuentras lo que busques: exposiciones, conciertos, eventos deportivos...”, enumera como ventajas de residir en París. Pero el plano personal es el que más se resiente: “Lo que más se extraña es la familia y los amigos, esa gente con la que te gustaría pasar más tiempo... Lo bueno es que ahora la tecnología nos permite estar más en contacto y se lleva mejor”.