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Eduardo Soto
08/02/2025

USA oscura

Stalin en su último año de vida añadió a su nativa crueldad una paranoia galopante que le llevó a pensar que los médicos estaban planeando un complot para asesinar a los miembros del Politburó, incluyéndole a él, claro. Así que mandó arrestar primero a los 40 mejores médicos del hospital del Kremlim y luego a unos cientos más de todo Moscú. Así pasó, que cuando sufrió un derrame cerebral en marzo de 1953 no había un solo médico solvente que pudiera atenderle. Este disparate está narrado con una fabulosa cantidad de humor negro en el film de Armando Lannucci “La muerte de Stalin” que recomiendo al lector por lo que tiene de sátira de la historia y de posible vaticinio de circunstancias análogas.

¿Cómo no recordar ese momento histórico en que la cristiandad decidió anular todo conocimiento que no estuviera enraizado en la santa biblia? Como afirmaba Tertuliano, un padre de la Iglesia en el siglo III, “No tenemos necesidad de curiosear, una vez que vino Jesucristo, ni hemos de investigar después del Evangelio”. Ya se sabe que dios no quiso que Adán probara del árbol del conocimiento y eso dejó su huella, claro (menos mal que estaba Eva). Que el cristianismo impusiera la biblia como única fuente del saber a partir del siglo IV fue una razón importante para que la arquitectura, la ingeniería, las ciencias naturales y médicas, el derecho y el arte, que con griegos y romanos habían alcanzado cotas envidiables, pasaran a ser un objeto secundario del conocimiento y por ende del bienestar de aquellos pobrecillos que se sumergieron durante casi mil años en la bonita miseria de la edad oscura. En el siglo IX la nutrida biblioteca del Monasterio de san Galeno disponía de mil obras de teología y solo seis de medicina.

El rubio, ya lo saben, ha sacado a su país de los acuerdos de París y, esto quizá no lo saben, en su país ha ordenado a los investigadores de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades que se retracten de una gran cantidad de sus propias investigaciones ya presentadas. Además, su brazo privado, Elon Musk, ha desconectado la USAID, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, encargada de distribuir la mayor parte de la ayuda exterior de carácter sanitaria, política y humanitaria.

Nullius in verba, ninguna palabra será la última, es el lema que en 1663 adoptó la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural; quiere expresar la idea de que el conocimiento no debería nunca dejarse influenciar por autoridades políticas o religiosas. Los gobiernos y las religiones que interfieren en el camino de la ciencia acaban pagando las consecuencias; mayormente las sufren sus ciudadanos que, sin saber cómo, se pueden encontrar, como hoy en USA, sin datos sobre el tratamiento profiláctico para prevenir la transmisión del VIH, ni datos de vigilancia sobre la hepatitis o la tuberculosis, ni sobre el control de la natalidad posparto.

Esta semana científicos de todo el mundo, organizaciones científicas y ONGs han pasado días frenéticos y las noches en vela para descargarse de internet datos que son vitales para la investigación médica y para la ciencia del clima y la energía. Y se han tomado esa urgencia de adolescente pirata porque el gobierno de Estados Unidos, cumpliendo las órdenes ejecutivas del rubio, ha empezado a hacerlas desaparecer de los portales gubernamentales donde hasta ayer se ofrecían de manera gratuita y pública para beneficio del conocimiento científico.  

La ciencia no cesa en su actitud de continua búsqueda de explicaciones y de posibles soluciones. Sus verdades siempre están sujetas a verificación, crítica, reprobación, rectificación, corrección, ajuste, añadidos, demolición y sustitución. La innovación no la molesta, los nuevos enfoques pueden incomodarla, pero no la aturden. Lo que funciona en ciencia se mantiene, lo que no se aparca. Borrar conocimiento por imperativo moral o político es avanzar hacia la oscuridad, o peor, con una tea en la mano, entrar en un almacén de explosivos.