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Todos con Zelensky

La reunión de los presidentes Trump y Zelensky en el Despacho Oval de la Casa Blanca fue una encerrona de manual, pergeñada por el estadounidense y su entorno para someter al ucraniano a firmar un tratado que favorezca a los intereses americanos, llegando a tergiversar tanto la realidad que no dudaron en dar la vuelta a la tortilla entre el agresor y el agredido.

No me voy a extender más sobre el episodio en sí, por repetido todos estos días, pero si quiero hacer hincapié en la respuesta de los líderes europeos, unidos en su defensa a Zelensky y en su disposición a ayudarle, aunque la administración norteamericana deje de hacerlo, subrayando algunas de las frases que más me han impactado en referencia a sus opiniones sobre lo acontecido.

La primera es de Judy James, una de las grandes expertas televisivas en lenguaje corporal en Gran Bretaña, quien, en unas declaraciones al Daily Mail, explicó que la escena mostró "al macho alfa Trump en estado de excitación agresiva" afirmando su autoridad sobre la situación.

La segunda es del presidente francés Emmanuel Macron, que según mi modesta opinión se está mostrando como un líder a seguir, ha declarado, que “Rusia es el agresor y Ucrania el pueblo agredido” y que “Debemos respetar a los que han estado luchando desde el principio”.

La cuarta es de la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, ha asegurado que la dignidad de Zelensky “honra la valentía del pueblo ucraniano” y que “nunca” estará solo, tras lo que ha añadido que las instituciones europeas “continuarán trabajando por una paz justa y duradera”.

Y he dejado la última porque me parece la que más enjundia tiene, por la que dijo el presidente Sánchez cuando le preguntaron al respecto: “En el siglo XXI, las relaciones entre países son relaciones de alianzas, no de vasallaje”.

—Pero ¿cómo resaltas tamaña obviedad? Se preguntarán ustedes sobre la rotundidad de mi opinión sobre la citada frase en comparación con las anteriores.

Y es que, vista así sin más, la frase siendo buena no es sobresaliente y, por tanto, su extrañeza es comprensible, pero si la extrapolamos a regiones, a identidades o a partidos políticos, la cosa cambia ¿o no? Pues eso.