Tiempos de habitar en un mundo confinado
La única certeza que tenemos en estos momentos es que la ruptura de tantas lógicas asumidas como normales será un campo abonado para numerosos estudios sociales convirtiéndose en una referencia temporal inevitable. La construcción en apenas unos días de una nueva forma de entender la manera de habitar, ha convertido a este tiempo en protagonista de un laboratorio geográfico, urbanístico, sociológico, económico o antropológico de dimensiones inimaginables. Un tiempo en el que la mitad de la población mundial ha cambiado el espacio físico por el espacio virtual, viviendo una experiencia que tardará en ser digerida por la Humanidad y por la Ciencia.
El mundo asiste a una modificación radical de sus mapas mentales, que obliga a buscar referentes en aquellos que, como el antropólogo Edward T. Hall, han estudiado en las últimas décadas el empleo que hace el ser humano de su espacio vital, a través de lo que dió en llamar proxémica. Una nueva situación que supone modificar a escala planetaria las convenciones tradicionales de distancia íntima, personal, social o pública. Una redefinición absoluta de la intimidad y de la identidad pública a través de la casi obligatoriedad del uso del espacio virtual en nuestras relaciones sociales.
El arte lleva mucho tiempo tratando de explorar estas nuevas formas de habitar el espacio. En Tiempo de Habitar. Prácticas artísticas y mundos posibles (Ediciones Genueve, 2019), Óscar Cornago y Zara Rodríguez reunieron a una serie de investigadores de las prácticas escénicas, para reflexionar sobre el espacio público como horizonte de creación y de cómo las prácticas artísticas pueden crear otros entornos habitables desde lo performativo. En sus páginas, editadas apenas unos meses antes de la pandemia del veinte, se exploran los nuevos modos de conexión en red en las relaciones sociales y en la configuración de espacios personales y esfera pública.
Una inteligencia colectiva que trata de adaptarse a nuevas formas de habitar el mundo que, según el propio Óscar Cornago, “determinan el espacio; son las prácticas y los usos los que construyen el espacio como expresión de un deseo colectivo de supervivencia”. Nuevas formas que dejarán huella en el momento en el que la situación llegue a normalizarse, siendo conscientes de que se ha traspasado la puerta hacia una nueva normalidad.
Unas nuevas cartografías vitales en las que la ciudad ha dejado de ser el lugar de relaciones y experiencias sociales, en el que las ventanas, balcones y, sobre todo, las pantallas se han convertido en nuestros interfaces reales o virtuales. En el ensayo de “Una cartografía del no lugar”, Zara Rodríguez Prieto trata de poner orden al conocimiento anterior al confinamiento sobre lugares y espacios, sobre corporalidad y percepción.
Estos días se asiste a una ruptura dramática y a un obligatorio (re)significado de lugar y espacio urbano. Una pandemia que ha obligado a la Humanidad a cambiar su relación con el entorno, habitando entre un espacio físico limitado y una nueva ciudad virtual generada por la red. En palabras de Zara Rodríguez, un no lugar abstracto e inespecífico, un lugar de intersección relacional entre la ciudad física y la ciudad virtual, algo similar a lo que Paul Virilio describió como “un hipercentro, una metaciudad, que existe gracias a las telecomunicaciones. Una ciudad que está por todas partes y por ninguna a la vez”.
El mundo parece asistir a un ensayo general de un futuro posible condicionado por la telepróxemica y la telesfera. La vida ha sido confinada, transcurriendo de manera paralela, limitada y reducida únicamente al entorno físico que vemos por nuestros balcones y al recorrido indispensable entre nuestro refugio y la tienda de alimentos. El arte es un modo de pensar haciendo, según el propio Cornago, y como forma de habitar, el arte se presenta como un modo de intervenir un espacio poniéndolo en relación con unos agentes, tiempos, memorias y formas de uso.
Asistimos a un nuevo imaginario urbano construido con la urgencia de un estado de alarma, que nos ha sumergido temporalmente en lo que Edward W. Soja denominó simcities, geografías del no lugar, ciberciudades o ciudades de bits. El planeta asiste a una prueba de futuro en la que, citando a Diego Agulló sobre de la práctica artística, no hay garantía alguna de ir caminando hacia el lugar correcto, en todo momento se trata de un experimento, un ensayo y un error en constante renegociación. Un gran desafío también para la geografía y el pensamiento.