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Suspenso general

Cuando el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid soltó aquello de que para quitarse o ponerse un traje de protección contra el virus del ébola no se necesita un Master, traspasó todas las líneas rojas que marcan el campo de juego parlamentario y también de la prudencia y el respeto.


Tras ese exabrupto dio a entender que pasaba olímpicamente de las consecuencias que, para su carrera política, pudieran derivarse de sus palabras. Es médico y tiene su vida resuelta. Supongo que a sus compañeros no les debió sentar bien el mensaje subterráneo que trasladaban: a la política se llega para resolverse la vida, no para el servicio público.


Unas horas después el Gobierno de España reconocía que no se habían hecho bien las cosas y rectificaba sus estrategias en el abordaje de la llamada “crisis del ébola”. Al endurecer los controles nos venía a decir que han fallado los controles porque sencillamente no eran los adecuados.


La información sobre el alcance de la enfermedad y sus riesgos de contagio, la formación del personal sanitario la vigilancia por parte de las autoridades competentes sobre las personas en peligro, la coordinación entre las administraciones concernidas, todo en fin, ha sido manifiestamente mejorable.


Del ébola no nos separa el estrecho del mismo modo que de Europa no nos separa sólo una cordillera.


Entre tanto Rajoy asegura que los jefes de Europa le han felicitado por su gestión del tema. Si eso es cierto, nos preguntamos qué les habrá contado, si habrá aceptado preguntas y si los jefes de Europa, además de prepararse a conciencia por lo que pudiera venir ( Alemania tiene catorce hospitales dispuestos con profesionales adecuadamente instruidos) han decidido que a Rajoy hay que mimarlo porque siempre hace lo que se le ordena.


Para rematar las contrariedades hemos sabido que los técnicos europeos han dictaminado que el hospital español de referencia, el “Carlos III” de Madrid no supera los estándares de calidad exigidos y suspende la evaluación. Como el Gobierno al fin.