Santa Bárbara
Nos hemos pasado tanto tiempo mirando al cielo que se obró el milagro: Semana Santa pasada por agua. No hay mal que por bien no venga. El Júcar casi rebosa. Imagino que la incertidumbre que aporta el tiempo forma parte del encanto de la Semana Santa. Porque sucede que, aunque a veces vivo aislado del mundo, a mi torre de rasillón del 8 llegan todos los años los ecos de los tambores y, este año, el deambular de los que huyen de la lluvia hacia el centro comercial. Y es que, soy de los que, frente a los acólitos del «aquí no hay ná», piensan que Cuenca es un paraíso para vivir; pero con lluvia y niños… me cuesta defenderlo. Así que, eso a lo que no dejo de darle vueltas esta Semana Santa es a la tirolina, la tirolina de El Mirador; no el mirador del cerro del Socorro, ni el de Mangana, ni el de Cela, ni el de Víctor de la Vega, ni el del Batán. A mí me perturba la tirolina del centro comercial. ¿Quién no ha hecho cola para que su hijo pueda tirarse en ella? ¿Quién no ha abandonado esa cola ante el monopolio de algún niño y la ausencia de sus progenitores? ¿Quién no ha tenido que mirar mal a otro padre para evitar que se colara? ¿Quién no ha sufrido después de lanzarla pensando que golpearía a ese viandante despistado que va sin mirar? ¿Quién…? Pues bien, quizás, llevo tanto tiempo deseándolo que por fin a sucedido: La tirolina de El Mirador ha desaparecido. No hay mal que por bien no venga.