Un ruego al santoral
Según contara en su día el estudioso y enamorado del acontecer conquense Antonio Rodríguez Saiz, afirma la leyenda que, allá por los principios de los sesenta del pasado siglo, el que el entonces gobernador civil de la provincia Eugenio López y López escuchara de labios de una visitante argentina a la que junto a otros dirigentes y personas significativas de nuestra capital hacía de cicerone por nuestra entrañable Hoz del Huécar la admirativa frase “Cuenca es Única” –turista de la que, ¡ay!, la historia no ha conservado el nombre–, le habría llevado a proponer la adopción de tal frase como emblemático eslogan turístico para nuestros lares, si bien, cual el propio Rodríguez Saiz también puntualizaba, otras fuentes menos novelescas atribuyen su creación como tal reclamo –eso sí, por encargo del mencionado López y López– al también por esas fechas delegado provincial de Información y Turismo José Luis Álvarez de Castro. Sea como fuere el eslogan tuvo éxito y funcionó de modo más que eficiente durante bastante tiempo especialmente a lo largo de esa citada década y la siguiente. No hay razón para negarle gancho al lema a la hora de subrayar los atractivos de una ciudad cual la nuestra, pero déjenme que, un algo pérfido y perverso, le dé la vuelta –que casi todo la tiene– para lamentarme de algo en lo que, a mi parecer, Cuenca también sería única, pero en este caso no, desde luego, para bien. Hablo de ese hecho surrealista que hace que en una ciudad que se jacta –y vaya si lo es– de turística y como tal, junto a las innegables benéficas consecuencias de ello, acoge una creciente afluencia de visitantes que unida a las complicadas características de su principal punto de atracción, su casco histórico, hace especialmente complicado el acceso a éste especialmente durante los fines de semana, sea precisamente en esos días cuando los autobuses urbanos que a él llevan mutan de su habitual media hora entre uno y otro a la hora entera en un sinsentido que además, precisamente por la conjunción de ese paralelo espaciamiento de sus frecuencias y el aumento en esas jornadas de sus usuarios, deja en tierra a buena parte de ellos al agotar los vehículos su capacidad de viajeros, usuarios que ahí quedan a la espera de otra hora de aguarde y aguante cual, sin ir más lejos, pasaba el pasado sábado, huérfano el pobre de las en otras ocasiones salvadoras lanzaderas. Y uno se pregunta a quién del santoral recurrir –si a San Judas Tadeo, a Santa Rita de Casia, a Santa Filomena o a San Gregorio Taumaturgo, patronos según quien de esto sabe de las causas imposibles– para que consigan que quienes seguro que ya son conscientes de la necesidad de dar solución al asunto se pongan a ello y, ya de paso, que les ayuden también a que ese ya inicialmente aprobado Plan de Transporte Urbano llegue a aplicarse y rediseñe, cual se ha dicho, el total de las líneas de toda la ciudad, disminuya los tiempos de espera e integre esas lanzaderas a la estación del AVE y al nuevo hospital que también se pondrían en funcionamiento. Y, milagro final, que también consigan que empiecen a entrar en juego esos autobuses eléctricos que desde hace meses ahí andan sumidos en el que espera desespera de su tan de continuo demorada entrada en servicio.