El relato del porvenir
Leo el diario y habla de la derecha, oigo la radio y habla de la derecha. Si, como dicen, gana las elecciones quien conduce el relato ya sé lo que va a pasar el 28 de julio. Esta abrupta conclusión merece un análisis de sangre, otro de orina y uno de ADN.
Sangro porque existo. Comprendo que en ocasiones la imagen valga más que mil palabras, pero nunca una imagen labró mi huerto ni cosechó mis tomates. La imagen es la portada y a mí me pasa que soy de leer los contenidos, por eso no se me agarra en las tripas eso que proclaman como infalible mensaje viral y yo denuncio como repetición machacona. Sin embargo, me dicen desde control que sí, que para el común de los que sangran el truco funciona. Repites una mentira cien veces, o una, pero desde un atril bien iluminado, y el altavoz que te dan los medios, incluso los que lo usan irónicamente para hablar de lo mentiroso que eres, automáticamente blanquea tu mugre y hace que tu invención se convierta en verdad, cuando no en dogma. De modo que la derecha miente, la izquierda lo cacarea y el pueblo, ora nación ora patriota, desde su miedo visceral, les vota.
Friso los sesenta, me levanto a mear a media noche mientras repaso mis sueños complejos. No hay nada que no me lo parezca: es la capacidad para analizar la complejidad lo que nos ha dado herramientas e ingenios. La simplicidad es estéril, pero hay quien la hace parir diputados. Lo peor no es eso, lo inútil es quedársele mirando. Falta acción en la izquierda, solo leemos sobrerreacción; para mear y no echar gota.
Y si me miro adentro, en la esencia -se dice uno de los que cree en el bien común-, comprendo que más que relato en mis entrañas hay novela de 400 páginas, pero, diablos, no sé cómo contarlo. Y se sienta en un rincón a lloriquear, a refunfuñar cómo los muy abusones le están robando el balón. Los ingenuos pueden votar una buena foto o un discurso torcido. Eso ya lo sabemos. Si existe una ventaja real y patente en la definición de conceptos que desgarran el techo de cristal de lo palpable mana de su genuina invención y reconstrucción, del avance. Progresismo no es cuchicheo, es proporcionar mensajes que te proyectan hacia un futuro que todavía no se ha hollado, nunca lo es detenerse a discutir con los que se esmeran en volver hacia atrás.
Hablemos poco del atrás: ese mundo que ni los conservadores visitarían, y mucho menos sus hijos. Tenedlo claro, siempre nos terminan copiando, imitando, aprovechando los derechos que conquistamos para ellos. Somos los que arrinconan sus miserables cilicios y barren sus inseguridades. Los que le permiten amar a Maroto y, aunque les pese, los que ensanchamos los caminos para el pie de su oveja negra con el ingreso mínimo vital. Y es por eso que no se vale quedarse mirando enfurruñados como ganan y mucho menos sentirse ninguneado en el reparto de sillones. Si no has dado un paso adelante, lo estás dando para atrás. Lo nuestro es diseñar el porvenir. El suyo es tergiversar el pasado. Lo nuestro es el beneficio mutuo, lo suyo es enderezar cuanto puedan la cornucopia hacia su bolsillo. El pueblo mira, es el que está sentado en la butaca dispuesto a creer. Lo retrógrado le reconforta, lo nuevo le estimula.
Agrupaos, y no se lo digo a los parias de la tierra, que no lo sois si no cruzáis el estrecho (en patera) o saltáis el océano (sin papeles). Agrupaos para sumar de veras. Que somos los que abrimos las entrañas del porvenir, los que dilatamos las sábanas de la libertad, los que desecamos los pantanos del miedo, los que soplamos en la fragua para esculpir un futuro que no lo es de unos pocos, sino de un ADN internacional.