Una relación entre el sí y el no
Hace justo siete días –el viernes pasado por tanto– se inauguraba en la sala de exposiciones de la Demarcación en Cuenca del Colegio de Arquitectos de Castilla-La Mancha una pequeña pero interesante muestra de bocetos, dibujos previos y perspectivas del desaparecido arquitecto Miguel Fisac, sin duda el mejor arquitecto castellano manchego del pasado siglo y uno de los más interesantes de cuantos en nuestro país ejercieron en esa centuria esa profesión. Al hilo de ella, que bajo el epígrafe de “La mano que dibuja” oferta a sus visitantes un muy pedagógico acercamiento a su tan personal universo imaginativo, este articulista no podía sino recordar la relación del propio Fisac con nuestra capital, una relación que, como he querido, no sé si demasiado acertadamente, reflejar en el título de este texto, se balanceó entre lo que hubiera podido ser y lo que fue. El primer digamos tú a tú de arquitecto y ciudad tuvo lugar en 1959 a propósito del concurso convocado por el entonces obispo titular de la diócesis de Cuenca, Inocencio Rodríguez Díez, para la construcción del nuevo templo que habría de sustituir, tras su demolición, al anterior edificio sede en el Campo de San Francisco de la Iglesia Parroquial de San Esteban, un concurso al que Fisac presentaría un espectacular proyecto que bajo el título de “Gaviota” proponía un espacio conformado en planta –una planta abierta en abanico– por un sector circular de noventa grados y una cubierta de conchas autoportantes prefabricadas en hormigón, cuya sección evocaba lejanamente el perfil alado de aquella ave –todo un ejemplo de originalidad y modernidad–, proyecto que no se alzaría con el primer premio sino que iba a quedar relegado al segundo ya que el jurado iba a considerar que el aspecto exterior que definía para el templo, aún con sus indudables valores estéticos, puntualizaban sus integrantes, desentonaba del ambiente de la ciudad, una opinión sobre cuya validez uno no puede dejar de plantearse si no cabría aplicarlo asimismo al edificio finalmente erigido, edificio que por otro lado tampoco iba a ser el del proyecto galardonado en primer lugar, firmado por Antonio Camuñas Paredes, sino que su construcción se encargaría a los firmantes del primer accésit, los arquitectos Zanón y Laorga. Tampoco saldría adelante la posible intervención de Fisac para el Auditorio encargado por la alcaldía en 1966, nunca desarrollado. El que sí tuvo mejor fortuna fue el concebido para la Casa de la Cultura, la hoy Biblioteca Pública Fermín Caballero, un proyecto que finalmente sí se llevaría a cabo pero, eso sí, de alguna manera con un cierto enfado por parte de su diseñador que en principio había pensado que el edificio se erigiría sobre el cerro que en ese momento aún existía en el lugar jugando así con la tradicional adaptación del urbanismo conquense al paisaje, para encontrarse con que, sin embargo, el montículo se desmontaría al igual que los ubicados en el área que hoy ocupa el Parque de los Moralejos, convirtiendo el solar en plano, hecho ante lo cual introdujo en el proyecto “más como un recuerdo simbólico que como una realidad necesaria, una zona colgada en la planta cuarta”, el singular voladizo que hoy tanto caracteriza al edificio.