Reflejos
Nunca he tenido muy claro si somos hijos de nuestro tiempo o dueños de nuestro destino, pero no dudo de la relación directa entre nosotros y nuestro mundo. Lo de los hombres fuertes y débiles, y los tiempos fáciles y difíciles. Y, aunque me quede un poco marxista, diré que, desde que tengo uso de razón, los hombres de cada década quedan perfectamente retratados por una actividad económica. Los 80… los videoclubs —si eras de Stallone— o videoclubes —si eras de Woody Allen—; una fábrica doméstica de sueños. Seguro que en Cuenca había alguno que pertenecía a más videoclubes que cofradías. En los 90 llegaron los todo a cien; y de la primera década del milenio se apoderaron los badulaques con sus distintas nacionalidades. De todo eso solo han desaparecido los primeros, los sueños; porque nuestra década es la de los repartidores. Empezaron siendo gente con una furgoneta de empresa y un uniforme fácil de identificar, que solían traer cosas importantes. Ahora ves a gente que reparte en furgonetas de alquiler, en coches particulares, bicicleta, patinete e incluso andando con un mochilón de Glovo a las espaldas; para traer la última mierda textil fabricada en Asia o sueños aspiracionales de outlet fabricados también en Asia. Y yo siempre me pregunto lo mismo: ¿Qué horario tiene esta gente? ¿Cuándo libran? ¿Cobrarán por paquete? ¿Será Nacho Vidal su santo patrón? ¿Quién reparte los paquetes a los repartidores? Y viendo cómo se multiplican estos, imagino que cada uno de esos locales del pequeño comercio cerrados en Carretería y aledaños acabará siendo una estafeta, como esos paquetes que recibes y no se parecen a lo que pediste.