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Ya está aquí la Feria de San Julián. El cartel, el pregonero, las primeras lluvias de un tórrido verano… Todo listo. Cualquiera que me haya leído un par de veces intuirá que lo de bajar a pasear por la el recinto ferial no está entre esas cosas que me hacen ilusión; y que, por lo tanto, me tocará bajar casi todos los días y ver «qué hay» sabiendo que hay lo del día anterior: los mismos puestos, las mismas atracciones y la misma cola en la misma churrería. Llamadme cascarrabias.
De siempre, mi momento favorito de las fiestas no ha sido el día de los niños, ni los toros, ni ninguno de los conciertos; mi momento favorito es el día sin ruido. Porque, queridos conciudadanos conquenses concretos y abstractos, el jolgorio que se hace vivo en la risa aguda de nuestros niños y el grito grave de sus padres, no necesita el aderezo de las músicas superpuestas y compitiendo en su estridencia, ni de las sirenas de las atracciones. Y es que os aseguro que más de una vez he tenido la voluntad de morirme en el recinto ferial porque se hiciese un minuto de silencio; mas no lo he hecho por, como muerto, no haber podido disfrutarlo. Así que gracias a quien haya tenido la idea de un ferial sin ruidos todos los días de siete a diez, porque quien lo necesita de verdad también tiene que poder ir todos los días, y felices fiestas a todos los conquenses; podéis gritar «viva San Julián» o pensarlo en silencio.