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Eduardo Soto
28/02/2023

La patria de la paz

 

 Pekín escribe una carta al mundo, “no hay vencedores en un conflicto bélico” y abre la puerta a un diálogo que occidente se apresura a cerrar con suspicacias: no tienen credibilidad, dicen, porque quizá estén suministrando armas, o quizá lo hagan en el futuro. Nosotros estamos suministrando tanques y armas, por eso, sería conveniente preguntarnos si nunca estaremos legitimados para proponer e iniciar el diálogo de la paz. 

La guerra aturde al ojo que absorto ignora la perspectiva. Dicen de China que no tiene “legitimidad objetiva”. No pensó en ella su presidente cuando EEUU hace 20 años invadió Irak. Se la llamó guerra preventiva, muy al estilo de cómo ha llamado Putin a su injusta y brutal invasión a Ucrania. Ni había legítima defensa invadiendo Irak (ni armas de destrucción masiva), ni la hay invadiendo Ucrania. Ambas son guerras ilegales que deberían haberse detenido por el Consejo de Seguridad de la ONU y cuyos responsables deberían ser juzgados por la Corte Penal Internacional. Putin no es Hitler. Dialogar hoy no sería firmar los Acuerdos de Múnich. Ni Rusia lleva años rearmándose (se le acusa de buscar armas en China), ni sueña con enfrentarse a la OTAN y empezar una III Guerra Mundial. Putin es el ingenuo protozar que creyó que podía hacer como Bush: una guerra preventiva que le librara de la amenaza futura de la OTAN. Para mal de todos, su error ha resucitado la Guerra Fría. 

Se lee sin estremecimiento que, en primavera, o quizá ya en verano, se recrudecerá el conflicto. Ceder terreno al agresor resulta inaceptable para occidente. Para Rusia la paz debe sonar a triunfo, aunque sea pequeño. Hay que ver quién paga los desperfectos y las reparaciones. Hay que estudiar cuáles serán las causas penales y contra quién. Negociar la paz parece imposible. Mejor seguir con la guerra. Esto oímos. Esto aceptamos, sin esforzarnos en buscar puntos para la negociación. 

Muchos no saben que Bélgica fue en cierta forma un país inventado. Su posición entre potencias adversarias la convirtieron muchas veces en un mero campo de batalla. Durante mucho tiempo fue un terreno borgoñés, luego en parte lo fue español, y también del Sacro Imperio Germánico, más tarde fue en gran parte austriaca. En 1775 los Estados Belgas forman parte de la República francesa y en 1815 forman parte de los Países Bajos; quince años después, tras la revolución de Bruselas, se proclama la independencia de Bélgica. Hoy Bélgica es un país que funciona con un régimen federal con tres idiomas oficiales (holandés los flamencos, francés los valones y alemán los del este). A pesar de sus naturales disputas internas, nadie pensaría en Bélgica como un país a punto de entrar en guerra, en realidad, lo consideramos el colmo de la neutralidad diplomática al albergar las más altas instituciones de ámbito europeo. 

Las peleas, como las guerras, no las tiene que ganar nadie, lo prioritario es detenerlas, firmar un armisticio, abrir el diálogo, buscar fórmulas para satisfacer lo más necesario: el cese del dolor y de la escalada armamentística, el final de la crisis comercial mundial, el alejamiento del conflicto nuclear, la apertura a una política de cooperación y no de polarización y competencia. ¿Hay que inventar un nuevo país en el mundo para ello? Quizá. Uno independiente de ambos contendientes, claro. Nadie entonces encontraría razones para sentirse ofendido. No lo oculto, la única patria que me seduce es la de la paz.