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Eduardo Soto
09/02/2023

Palabra de niño

Si en el colegio su hijo se pega con otro, usted le consuela en sus rodillas y le dice: ¿Que espere una buena oportunidad y le ponga una zancadilla en una escalera? ¿Qué no se aflija, que contratará a alguien para que le dé al otro niño un escarmiento? ¿Que lo mejor es que organice una banda que le ayude a devolver el golpe? ¿Que acuda al poder negociador o pacificador de la dirección del colegio?

Cuando pido diálogo para detener la barbarie en Ucrania algunos me tratan con una condescendencia paternal, como si uno no hubiera enfrentado aún la crudeza de algunos episodios de la vida. Para empezar, les parece que no entiendo lo más básico: que hay que saber diferenciar al agresor del agredido. Y es curioso que me lo dicen tanto los que consideran a Rusia el agresor, con su invasión asimétrica; como los que consideran que es la Ucrania nacionalista, ahora apoyada en la OTAN, quien inició la guerra años antes, tratando de aniquilar a la mayoritaria población rusa del Donbass. Para los primeros, hay que parar cuanto antes el afán expansionista del agresor; para los segundos, es el agredido quien tiene todo el derecho del mundo a defenderse. Para mí ambas son la misma expresión de la irracionalidad.

Hace ahora justo un año todavía se hablaba de recuperar los principios de los acuerdos de Minsk de 2015 que intentaron parar esa guerra que ya había comenzado en 2014 y que unos definían como rebelión, otros como guerra civil, otros como guerra de independencia. Rusia ingenuamente pretendía evitar que USA y la OTAN ampliaran su influencia en la zona. Aquella amenaza fría, que Putin supuestamente aspiraba a neutralizar ayer, hoy es una realidad dolorosamente ardiente: un tiro en su culata. La Europa que vivía un periodo de desmilitarización progresivo ayer, con el avance que eso significa para la palabra humanidad, se ha convertido hoy en una desbocada carrera por relanzar la industria de armamento: un tiro en el pie. El resultado: Ucrania hoy es un campo de batalla desolador en el que puede muy fácilmente arrancar la tercera (y última) Guerra Mundial. Esta es la realidad macro.

Veamos la micro. Hace un mes Tyre Nichols falleció tras una detención violenta por parte de agentes de la policía de Memphis. Es un caso en el que podemos hacernos las mismas preguntas ¿Quién es el agresor? ¿Quién el agredido? ¿Quién es el pueblo? ¿Quién es el orden? ¿Era necesario el uso de la fuerza? ¿Cuánta es necesaria para contener una amenaza? ¿La fuerza empleada es proporcional a la amenaza? ¿La violencia apaga la violencia? Hagan el ejercicio racional, no solo la simple elección de apoyar a un bando.

En Estados Unidos mueren 40.000 personas al año por arma de fuego, un país al que le cuesta negar la venta de armas en los supermercados. Las armas excitan la violencia armada: esta es una idea poco rebatible. Del mismo modo, nadie puede esperar que la guerra de Ucrania vaya a tener un final cercano gracias al apoyo a Zelenski con 100 blindados Marder y 100 Leopard o con los casi dos millones de reservistas que la descerebrada Rusia está dispuesta a movilizar.

Anda, dime ¿Qué es lo que te parece mejor que deba hacerse, hijo? Si el niño fuera ucraniano, tanto si es de Kiev, como si es de Mariupol… no respondería. Save the children nos cuenta que los niños de la guerra de Ucrania no hablan, se callan, enmudecen, se quedan mirando a la nada. No es difícil imaginar el poco sentido que le ofrece la violencia al cerebro inerme de un niño. La realidad se ha interrumpido en medio del estallido de una bomba, su papá lucha allá, su mamá llora acá, su casa está destruida a 100 o 1000 km, su colegio destruido, sus amigos muy lejanos, o muertos. A veces me siento así, me parece imposible decir nada que merezca la pena. Si no lo hacen los mayores ¿Qué valor puede tener la palabra de un niño?