Operación cuadríptico
Entro a Clase. 4º de ESO. Mando callar. Mando sentarse a cada uno en su sitio y empiezo. En realidad, divago un poco antes. En la primera fila, Cristian espera con sus garras afiladas sobre el teclado. «Sincretismo. ¿Alguien sabe lo que significa sincretismo?». Cristian contesta en nada de tiempo. Definición perfecta de diccionario, de la RAE más concretamente, la que acaba de leer. No sabe lo que significan algunas cosas pero ya sabe cómo saberlo. No puedo evitar mirarlo con cierta satisfacción.
Después vendrá «pulcritud», donde tendré que advertirle, después de leer la definición, que busque «pulcro». Ya ha aprendido otra cosa. Le siguen otras cuantas palabras –ya ni las recuerdo– antes de que yo me dé cuenta de que yo quería dar una clase de literatura española en la primera mitad del siglo XX y estaba dando una clase de vocabulario.
Entonces me vienen a la cabeza otras palabras raras: Hjelmslev, glosemántica… Quizás sea cierto eso de que «la lengua es forma y no sustancia» y de que «toda lengua es, a la vez, expresión y contenido». En este mundo manejamos las mismas formas pero la sustancia, cada vez, es más homogénea; como ejércitos anónimos de sombras vestidas de Inditex y sucedáneos chinos.
Quizás, en este mundo simplista, gobernado por simples, no quepan lenguas para pensamientos complejos y las formas sean puro postureo. Puede que este sea nuestro futuro; nuestro presente: un cura de Don Benito que vende droga con su novia.