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Una oferta en alza

Descrito por ONU Turismo –el organismo de las Naciones Unidas encargado de la promoción de un turismo responsable, sostenible y accesible para todos– como “un tipo de actividad turística en el que la experiencia del visitante está relacionada con un amplio espectro de productos vinculados por lo general con las actividades de naturaleza, la agricultura, las formas de vida y las culturas rurales, la pesca con caña y la visita a lugares de interés”, el turismo rural es en nuestro país en general y en nuestra región y en nuestra provincia en particular una oferta en alza. Si ya en 2023 los datos, según Caixabank, nos decían que en Cuenca el turismo rural tenía en nuestra provincia un peso del 67 por ciento y el sector primario aportaba un 15 por ciento  de su valor agregado bruto (que es la macromagnitud económica que mide el valor añadido generado por el conjunto de productores de un área económica), las cifras estos mismos días puestas de relieve en la décima edición del Congreso Europeo de Turismo, COETUR, que, organizado por Escapada Rural, se acaba de celebrar en Belmonte, no hacen sino confirmar esa tendencia al precisarnos cómo las pernoctaciones en alojamientos de este tipo de turismo en la provincia ascendieron en el primer trimestre del año a 37.027, lo que supone un incremento que supera el 50 por ciento con respecto a los tres primeros meses del pasado año marcando un máximo histórico tras un marzo que ya había batido records al alcanzar un 92 por ciento más que en el mismo mes de ese 2023. Ello confirma cómo en áreas como la nuestra en las que el sector primario también tiene un peso elevado en la economía, esta modalidad turística es una actividad económica en alza con especial potencia para, dada su complementariedad con otras actividades económica, estimular el crecimiento de las economías locales y el cambio social en ellas por su complementariedad con otras actividades, su contribución al PIB, la creación de empleo y su capacidad de promover un asentamiento geográfico diseminado a lo largo y ancho del territorio y de dispersar también en un cierto grado la demanda en el tiempo ya que, aunque también muestra una elevada estacionalidad con, según cifras de 2023, el 43,8 por ciento del gasto concentrado entre junio y septiembre, su también relativamente robusto desarrollo  durante el invierno lo hace menos estacional que el turismo costero y con todo ello contribuye a mitigar en cierta medida el extendido fenómeno de la despoblación rural. Es además una oferta que –especialmente sustentada por cierto en los turistas domésticos que tras el cambio propiciado en ellos por la pandemia pero que se ha mantenido hasta nuestro ahora mismo– tiene asimismo un alto nivel de sostenibilidad, tanto desde el punto de vista del impacto sobre el medio ambiente como por esas ya señaladas mayor diversificación geográfica y su menor estacionalidad comparado con otras formas de turismo más tradicionales, y que además destaca por su índole ecológicamente sostenible al estar intrínsicamente asociado con la naturaleza lo que, como bien ha señalado David Cesar Heymann “promueve la concienciación medioambiental de la población y a su vez conlleva una regulación más estricta que fomenta la conservación del entorno”. Todo ello marca un camino por el que no sé a ustedes pero a este articulista le parece de lo más conveniente continuar avanzando.