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Los nuestros

En un reciente artículo de Miguel Ángel Aguilar referido a las medidas que está tomando (o dice que va a tomar y vaya usted a saber) Donald Trump, me ha llamado la atención –curiosamente- no las ideas del renuevo presidente (del que ya no me extraña nada, aunque me asuste un poco, dicha sea la verdad), sino el título del escrito "Yo ya no sé si soy de los nuestros", usando una exclamación conocida de Pío Cabanillas: “A veces la política se complica tanto que yo ya no sé si son de los nuestros”.

Fiel a mi mala costumbre de pensar y dando muchas vueltas al magín, he llegado a la conclusión de que para saber si sigo siendo de los nuestros, lo primero es estar seguro de quienes son los nuestros, ya que, si los que parecían ser nuestros en un pasado por un pensamiento común, resultan que, ahora, ya son más suyos por un interés sectario, por lo que el galimatías de despersonalización está servido al encontrarnos desubicados, siendo, por tanto, necesario, que alguien más sabio que nosotros nos clarifique la duda existencial en la que nos hallamos sumidos, como hizo el “mister” Bilardo cuando se percató de la necesidad de su intervención cuando la ocasión lo requiso.

Por aquel entonces, Bilardo era el entrenador del Sevilla y jugaba contra el Deportivo de la Coruña en el estadio de Riazor, cuando en una jugada en el centro del campo de juego, Maradona intentó alcanzar el balón que iba en el aire con su pierna derecha, pero en lugar de la pelota, su botín impactó en el rostro del defensor del conjunto gallego, Alberto Albístegui, quedando los dos tendidos en el césped, requiriendo la atención del personal sanitario.

En ese momento, el fisioterapeuta de Sevilla fue a atender a Maradona, pero al llegar a su lado observó que éste ya estaba recuperado y, sin embargo, el jugador del “Depor” tenía el rostro ensangrentado por el golpe y, como es natural, procedió a atenderlo inmediatamente. Pero ¡hete aquí! que esta deportiva acción del “fisio” lejos de ser aplaudida por el entrenador argentino, fue objeto de reproche, comenzando a moverse descontroladamente de un lado para otro y a gritar con un poseso: ¡Los de colorado son nuestros! ¡Los de colorado son los nuestros!”.

Después de leer esta historia, estarán de acuerdo conmigo en que si alguien de orden superior te dice quiénes son los nuestros, ya no hay duda que valga porque si te dice, como Bilardo, que los nuestros son los de colorado y, por supuesto, no vale las excusas de que ese color era obligado al jugar como visitantes en ese partido y que al siguiente los nuestros serían los de blanco, por la sencilla razón de que los nuestros no cambian nunca de color, sino que son los demás los que lo hacen.