Mucho Polvorón y pocos dulces
En este mundo en el que parecen reinar las guerras, la desesperanza y la amargura, donde las noticias abrumadoras irrumpen en lo cotidiano y en el que los días pasan sin pasar nosotros por ellos por el ritmo de la vida, de lo inmediato, de lo automático… Vas paseando por la calle, donde se camina cabizbajo, donde se observan caras largas y donde cruzarte con una sonrisa parece más bien algo fortuito. En estos días, en los que, si tan solo tuvieras un sentido, un rayo de luz al que atenerte, un halo de esperanza…
De repente, cuando empiezas a ver las calles iluminadas, los árboles adornados y el sonar de los villancicos, es entonces cuando caes en la cuenta de que, inmerso en el trabajo y en los incontables quehaceres, te has olvidado de que la Navidad está próxima.
De pequeño lo vivías con más alegría e ilusión, pero los años han ido ahogando a ese niño al que todo le asombraba, todo le enriquecía, todo le alegraba. Recuerdas lo feliz que eras en la Iglesia, viendo la cara de María, tiernamente mirando el seno que durante nueve meses transmitió la vida al Hijo de Dios; observando el silencio acogedor de San José, el que siempre está pero nunca se deja ver para que todas las miradas vayan al Niño, al Verbo hecho Carne.
Tras recordar esos inolvidables años, decides volver a adornar tu casa con el belén, el árbol, los reyes, el calendario de adviento… Y al ir a comprarlo, te das cuenta que en los supermercados más conocidos donde años atrás recordaban este misterio, han desterrado esta memoria enriquecedora para la cultura y la sociedad. Mercadona, ¿dónde está el calendario azul en que podemos contemplar el portal de Belén con todas las figuras relevantes? Mucho polvorón y pocos dulces, pues si destierras la Dulzura hecha carne, ¿dónde queda lo demás? Os pedimos que volváis a los orígenes, esos que con tanto amor y cariño nos inculcaron nuestros abuelos, y ellos a su vez, a nuestros padres… No cortemos las raíces que nos sostienen. Precisamente, ahora más que nunca, necesitamos volver la mirada a la única Paz que perdura, a la única Sonrisa eterna, al Único que puede llenar de sentido nuestras vidas: Al Niño Jesús.
Imitemos a nuestros niños y recobremos la inocencia, de tal manera que podamos cantar villancicos, disfrutar de los belenes… En definitiva, vivir la vida como fue soñada: haciéndonos partícipes de la alegría, generosidad, compromiso y confianza. Esta navidad sí será para mí recordada por lo más importante: el nacimiento de Jesús en mi corazón. De esa manera, podrán tener sentido las comidas familiares, los corderos y langostinos, los polvorones y turrones, los regalos y, de manera especial, la humildad del Rey de reyes naciendo en un pobre pesebre, haciéndose el Niño de los niños