"Miedos de comunicación"
El sentimiento de miedo es más contagioso que el propio COVID. Como comprenderán, no voy a decir ahora que el Covid no existe, que es un invento de los chinos, de Bill Gates, de los marcianos o de AstraZeneca. El Covid es nuestro tema. Yo abandoné el verano pasado su crónica por motivos que me parecen mucho más urgentes y que en otra ocasión les he de narrar. ¿Hay algo más urgente que el Covid? Sí, lo hay. Hace doce meses no, hace tres tampoco, ahora creo que sí, que el tema del Covid no debería ser ya la portada y la mayor parte de las páginas interiores de todos nuestros miedos (léase medios) de comunicación.
Defendí en su momento la paciencia y la templanza hasta ver, hasta disponer de respiradores y mascarillas, hasta dar con tratamientos. Me alinee con la ciencia y sigo día a día sus avances y retrocesos, como corresponde a la ciencia hacer: prueba, error, aprendizaje, corrección, prueba. Me opuse y opongo a los efluvios de los conspiranoicos y sus ríos sin mar. Defiendo hoy que aún se debe y debería haber hecho un esfuerzo mayor en reforzar la sanidad, la atención primaria; que es canalla dejar a este sector exhausto, y ya en ocasiones desquiciado, que cargue con todas nuestras miserias, por no decir irresponsabilidades.
Creo que ha llegado el momento de revertir la angustia, que ya procede ir deteniendo y tranquilizando los desbocados caballos galopando hacia la boca de la muerte. Y digo esto porque, a veces y este es el caso, pueden llegar a ser peor las formas en que la población adopta el remedio que la propia enfermedad. Que se tenga más miedo a morir de un trombo que del Covid denota el escaso conocimiento que de la probabilidad maneja el ciudadano y también lo profunda que cala cualquier advertencia residual, por despreciable que en otro contexto llegaría a ser. Esto es una consecuencia del miedo incrustado. En las películas se escenifica con el sustazo por el ruido de un ratón cuando el asesino está detrás de las cortinas o ni siquiera está. Tome nota: tiene más probabilidades de morir hoy de un accidente de tráfico o por las consecuencias de la contaminación que por un trombo derivado de las vacunas.
Hemos llegado a un punto en que la realidad del miedo a morir por el Covid (o incluso por sus vacunas) supera con mucho la realidad de la amenaza que el Covid ya supone para nuestra sociedad. Recalco, la nuestra, porque hay otras que están mucho más desasistidas y que aún han de sufrir desgarro y conmoción, porque entre otras cosas, estamos tan embebidos en “nuestra vacuna” (nuestro tesoro) que ya no nos importa “el otro” un comino.
Y el otro, ese de África, por ejemplo, que tiene a día de hoy un vacunado por cada 100 habitantes (aquí tenemos una media de casi 20), pues sufrirá largamente la pandemia, tanto que dará ocasión para que surjan nuevas variantes y cepas que de nuevo puedan saltar en cualquier momento a nuestro ecosistema europeo vacunado y desmontarnos el chiringuito de la nueva nueva normalidad. La analogía va a ser áspera, pero creo que merece la pena comprender el concepto: si alguna vez han tenido pulgas en casa, sabrán que no basta con sacarlas de la cama, hay que despulgar al gato. El planeta debe tratar este tema de modo global, no soy el primero que lo dice, pero insisto porque no parece que que lo diga la ONU, la OMS o Gates está sirviendo para mucho. Dónde quedan aquellos criterios de equidad, dónde la solidaridad.
El miedo, casi peor que el hambre, nos quita la humanidad, nos desnuda de la cultura, de la reflexión y de la esperanza, nos predispone a todo tipo de egoísmo; como si lo justificase, incluso, nos fanatiza, nos ciega; paralelamente nos deprime, nos anula. Hemos aprendido del Covid mucho, dejé artículos al respecto antes que este: humor ante la muerte, la ciencia por encima de las creencias y la política, el reconocimiento de que vamos a tener que afrontar problemas de forma global, son algunas de esas lecciones. Aprendamos ahora la valentía, la entereza, la superación del miedo. Inspiren profundo, saquen a relucir su mejor traje de humanidad, sacúdanse ya la parálisis del miedo y remánguense para sumar manos valerosas que hagan funcionar al equipo. Vamos a necesitarlo.