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DIPUTACIÓN NAVIDAD

Irrazonable insensatez

Irracional, absurdo, ilógico, disparatado, insensato, errado, son los sinónimos citados por el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua para irrazonable, es decir, para aquello que, como precisa el normativo volumen “carece de razón”. Todos ellos pueden sin duda aplicarse, pero que de todas, todas, al vandálico atentado sufrido estos días por el navideño árbol ornamental que ubicado en un extremo de Carretería protagonizaba hoy hace una semana –el pasado viernes día 5– el protocolario encendido oficial de la iluminación navideña de nuestra capital provincial. Como, docta ella, asevera doña Wikipedia, y de su esto es lo que es voy de inmediato a aprovecharme, el término vandalismo –inventado en 1794 por el abate Gregoire (que fue por cierto personaje asaz complejo e interesante, clérigo católico, obispo constitucional de Blois y líder revolucionario) para aplicarlo a los también revolucionarios que destruían los monumentos del  “ancien regime”  en similar acción destructiva a la llevada a cabo, de ahí el nombre, por los vándalos en el siglo V–  ha terminado mutando para acabar aludiendo simplemente a la destrucción por la destrucción, a la barbarie, al salvajismo y a la sinrazón más pura, amén del gamberrismo más dañino contra todo tipo de bienes como –también nos lo cuenta, gracias chica, la siempre tan socorrida internética citada herramienta– ha señalado el historiador David Álvarez Jiménez. Dicho lo cual ya me dirán ustedes si no puede, en efecto, aplicarse, cual más que apropiadamente se ha hecho, a la antedicha deplorable acción contra el luminoso símbolo callejero navideño, manifiesto ejemplo de destrucción maliciosa y deliberada y por ello de la sinrazón de obtener placer rompiendo lo que sea atentando así, simplemente porque sí, contra el patrimonio colectivo. Lo preocupante es que no deja de ser sino un nuevo ejemplo de unas conductas que desde luego no son fenómeno privativo ni nuestro ni de nuestro país sino que afectan a tantas y tantas ciudades en todo el mundo pero que en su irracionalidad, y a diferencia de otros vandalismos de tipo adquisitivo, táctico o ideológico, la verdad es que al común de los mortales no dejan –digo yo ¿no?– de sorprendernos y supongo que también nos llevan a preguntarnos por sus causas: ¿descontento social?, ¿equivocada búsqueda de reconocimiento grupal?, ¿sensación de poder?, ¿falta de conciencia sobre las consecuencias?, ¿simple falta de educación?... En fin, sea por lo que sea –y probablemente sea por todo eso y por mil cosas más– lo que resulta evidente es que vaya si no tendríamos que plantearnos cómo, más allá de probablemente poco eficaces medidas coercitivas que ya existen en nuestro Código Penal –multas, obligación de reparar los daños ocasionados, incluso según el caso hasta penas de prisión– lo que tendríamos que hacer sobre todo es debatir cómo diseñar e implementar estrategias preventivas y educativas eficaces que consigan ser promotoras de unos valores de respeto y responsabilidad social que eviten la insensatez de tales agresivas acciones.