La historia interminable

Vivimos en una provincia donde el tráfico es de ajos y el invierno huele a chasca.  Un lugar al que, para mi alegría, Victoria Beckham nunca vendría.  Esto es Cuenca, única; mas no como singular, sino como sola.  Aquí no nos importa que no se subvencione el abono transporte.  Para lo que vale… mas no como precio, sino como utilidad.   Tampoco nos importa mucho que nos quiten el tren, mientras nos queden las Mocedades para las fiestas… mas no como juventud, sino como agrupación.  Incluso podrían cortarnos todas las flores; total, aquí nunca existió la primavera… mas no como estación, sino como primera vez.  Pero, por favor, con los bares no se juega.  Según datos del INE, desde 2010 se han perdido casi doscientos bares y restaurantes en la provincia.  Sin considerar que muchos de los que permanecen han tenido que mutar a local cuqui sin serrín o chocho de altramuz en el suelo.  Obviamente, la mayoría de estos bares han desaparecido donde siempre, en los pueblos.  Y me temo que el pueblo que pierde el bar... cuenta ya con poco tiempo.   Y me llama la atención cómo se percibe esto desde la capital como algo ajeno.  Cuenca es un lugar de fantasía, quizás por ello esté corriendo la suerte de la Fantasía de Michael Ende, ignorando algunos que la capital no es otra cosa que el palacio de la Emperatriz infantil.