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¡Heil, Putin!

Como la mayoría de ustedes, llevo días compungido por el horror que produce los efectos devastadores de la invasión de Ucrania por las tropas rusas -o mejor dicho las tropas de Putin-, pero no me veía con ganas de escribir nada sobre esta matanza, porque, sinceramente, no encuentro las palabras      para describir lo que realmente siento, pero tampoco puedo quedarme impasible ante tamaña barbarie.

Obviamente, yo no tengo la solución para detener la tan execrable invasión, promovida sin pestañear por un dictador psicópata que no va a parar hasta conseguir su objetivo, (y no duden que luego habrá otros), llevado por un demencial afán imperialista propio de tiempos pretéritos, que muchos incautos habíamos creído que no tendrán cabida en un universo globalizado, donde los litigios se podrían resolver por la vía de la negociación o de los tribunales internacionales, pero es más que evidente que no es así, porque todavía pueden surgir desequilibrados del nivel de Putin, cuya personalidad me recuerda a Hitler en sus modos y maneras, y cuyo final no llegó hasta su desaparición, porque si hubiera seguido en activo, yo estaría ahora escribiendo en alemán o, aún peor, no podría estar escribiendo.

Por eso, no puedo entender la postura de Podemos y algunos otros que están en contra del envío de armas a Ucrania, aduciendo que no es una salida eficaz al ¿conflicto?, prefiriendo la vía diplomática y de la negociación al empleo de la violencia, en la seguridad que los esfuerzos que se están haciendo hasta ahora en dicho sentido no son los suficientes y, por tanto, se tienen que redoblar hasta que Putin, hombre sensible al dialogo como pocos, reflexione y decida acercar posturas con los mandatarios de otras naciones, empezando por acortar la enorme mesa de ante la que se sientan, ideal para que de un extremo a otro las palabras se las lleve el viento.

Ya les he comentado más arriba que no sé cómo se puede detener de inmediato a un ególatra como Putin, pero de lo que sí estoy seguro es que el matón del barrio no responde a las buenas palabras, sino a un par de …… bien dadas, porque como bien lo expuso un hombre sabio llamado Gila, en una viñeta donde aparecía un individuo acuchillando a otro, mientras era increpado por un tercero: ¡No le dé más puñaladas hombre! A lo que respondía el interpelado: ¡Pues que deje de llamarme asesino!