La guerra y lo nuclear
Hablé, hace tiempo, de las bondades de la Era Solar. Entre otras, dije que la ubicuidad del sol evita que algunos países nos hagan a los demás dependientes y rehenes de su energía. El sol sale para todos, decía entonces, el petróleo o el gas no. Como dijo Svitlana Krakovska, del Instituto Hidrometeorológico de Ucrania: “El cambio climático inducido por el hombre y la guerra en Ucrania tienen las mismas raíces: los combustibles fósiles y nuestra dependencia de ellos”. Jeff Colgan, director del Laboratorio de Soluciones Climáticas de la Universidad de Brown, nos explica que el gobierno de Putin recibe del petróleo los activos que le permiten alimentar una guerra sin despertar la conciencia del pueblo ruso. “Cuando paga impuestos, la gente tiene la sensación de que es dueña del gobierno”, dijo Colgan. Putin no toca los impuestos, sus ingresos por las exportaciones de petróleo le dejan las manos libres para sus propósitos. Hasta que los soldados rusos no vuelvan en ataúdes no es probable que se avive una disidencia significativa en Moscú. Jodidamente triste.
Hace once años que la central nuclear de Fukusima se fue al garete, es decir, que los que siempre dicen que la energía nuclear es muy segura y se ufanan declarando “que no pasa nada, ignorantes”, salieron por patas de allí y no han vuelto. Cifras resumen: 36.000 desplazados, más de un millón de metros cúbicos de agua contaminada con la que no saben qué hacer. Hasta 2052 o 2062 no se terminará de desmantelar y limpiar. Yo no lo veré; la mayoría de los que salieron de sus casas entonces tampoco.
Hemos estado en un tris de tener un Chernobil 2, mucho más pirotóxico este. Y todavía no sabemos si no lo tendremos. Hay poca experiencia al respecto de mezclar energía nuclear y guerra. Cuando decíamos de nuestro futurible ATC en Cuenca (recuerden La Fuga o El Regalo) que las dificultades no vendrían el día de la inauguración sino en las muchas oportunidades que da la historia para que un imbécil haga una estupidez, hablábamos de esto: de terremotos políticos, de despistes, de la indolencia con el paso del tiempo, de posibles ataques militares deliberados o involuntarios, de ataques cibernéticos. Las centrales nucleares son armas radiológicas que en tiempos de guerra son muy difíciles de vigilar y mantener con sus muy necesarias inspecciones y controles de seguridad. Y los ATC son aún peores, recuerden que no se almacenan cenizas apagadas sino radiactividad ingobernable. Bajo la cúpula que contuvo el tristemente famoso reactor 4 en Chernobyl, les dio por guardar también los residuos nucleares de sus otras 15 centrales nucleares, supongo que para amortizar los 1500 millones de euros que costó el sarcófago.
Ahora se ve con nitidez que el riesgo de “lo nuclear” es real, evidente, cercano. Ahora nos parece muy grave y terrible la posibilidad de que el conflicto se convierta en una guerra mundial… nuclear. Recordemos brevemente lo que eso puede significar. La detonación de una sola arma nuclear puede acabar con la vida de millones de personas de inmediato. Según la ONU hay 13.400 armas nucleares en el mundo, echen cuentas. Pero, claro, usted imagina que, viviendo en una provincia pequeña y alejada de la capital, igual se libra de lo gordo, de la onda de choque, de la irresistible llamarada de calor, de los vientos huracanados que avivan las llamas, del derrumbamiento de los edificios, del olor instantáneo a cadáver; puede ser. Entonces será de los que mire al cielo y vea caer la lluvia radiactiva al tiempo que se apaga el sol y empieza el invierno nuclear, la inevitable antesala de la hambruna nuclear. Como sabe hasta el hijo de Putin, la guerra nuclear devastaría a todos los países, incluido el atacante. No gana nadie.
Una buena noticia: el mundo toma conciencia de que jugar con el átomo es letal. Quizá se repiense esa idea chabacana de que la energía nuclear es verde. Rusia ya está perdiendo clientes en su negocio de exportación nuclear. Todas las naciones toman conciencia de las ventajas de las energías renovables: limpias, baratas, reciclables, ubicuas. Ya lo he dicho otras veces: lo más importante es que esta energía está al alcance de la mano de cualquiera y necesitamos que sea distribuida, que todos los ciudadanos generen la suya. Esa es la democracia irresuelta y necesaria: que podamos ser independientes de compañías explotadoras y oportunistas. Eso querría ser Alemania y toda Europa hoy, independientes de ese petróleo que compran a Putin y que le otorga el terrible, angustiante y decididamente inhumano poder de la guerra.