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Guardar para mañana

Lo decían las abuelas. Lo hacían las abuelas y algunas madres nuestras. Me refiero a lo de guardar. Quedaron marcadas por el trauma infantil que supuso la guerra civil y la miseria y atraso en que quedó el país; potenciado por aquella “pertinaz sequia” y el intento autarquía. Lo cierto es que el país por sí mismo no daba como para alimentar a su población.

España sufrió hambruna y eso hizo que muchos de nuestros mayores guardaran comestibles, “por si acaso”. Pasaron los años y los abuelos, ya muy abuelos, siguieron guardando cosas por los armarios por ese trauma no superado. Y aparecían por los armarios cajas de galletas o latas de sardinas olvidadas durante cinco años o más. Ocurría sobre todo en ese mundo rural, algo aislado, tirando de esa prudente desconfianza hacia el porvenir.

Décadas después, ya con industria en algunas zonas rurales, (minas, siderurgia, explotación ganadera…) “los de allí”, aparte del trabajo en la fábrica en la que estuvieran cultivaban un trozo de huerto, criaban un par de animales… Seguro que era duro volver de una jornada laboral y ponerse con las tareas de granja, pero ante la afirmación de “pero si ya tienes un trabajo que además te deja los fines de semana libres” la respuesta del paisano, levantando la cabeza y mirando con fatiga era siempre: “por si vienen mal dadas”.

Y vinieron mal dadas. En el caso de España fue la ya casi olvidada Reconversión Industrial de los años ochenta del pasado siglo que dejó sin empleo a pueblos y comarcas enteras. Y esos cierres obligaron al cierre de otros negocios que vivían de los sueldos de los empleados. Con lo poco que indemnizó la empresa o el estado (que en muchos casos era lo mismo) y esa pequeña explotación de subsistencia (solo para la familia) el grupo pudo ir tirando y se pudo plantear con cierta calma, ordenadamente, como enfrentar el futuro: marchando a ciudades, emigrando al extranjero o aguantándose. Ni que decir tiene que aquella Reconversión que iba a traer industria alternativa no fue ni mucho menos lo que se esperaba. Y si no que le pregunten a los de las zonas en cuestión.

Pues bien, esa sabiduría popular, transmitida a través de generaciones o por un instintivo “no me fío” fue lo que la Vieja Europa desdeñó (que poco dura la prudencia en casa del nuevo rico…). Ni se conservó ni se guardó para el mañana. Se arrancaron vides y olivos, se cerraron industrias de todo tipo buscando una fabricación más económica y competitiva. Yendo hacia el Este, cada vez más hacia el Este. Hasta que se llegó a China (y que fabriquen ellos). Y así fue para textil, bienes de equipo, casi cualquier cosa. En una palabra, se perdió el miedo.

En temas de agricultura y explotación ganadera el criterio ha sido dispar pero, para tener comida (hablando realistamente), al final han entrado a alimentar a Europa países tan diferentes y lejanos como Estados Unidos de donde importamos trigo (por cierto, transgénico), Marruecos, Sudamérica… cuando hay vastas regiones de Europa que abandonaron cultivos y cesaron producciones locales, las cuales podrían estar ahora en explotación.

Y en temas de energía se decidió que, en lugar de dar máxima seguridad a las centrales nucleares, era mejor apagarlas y la energía que llegara por oleoductos o por gaseoductos con independencia de que la necesidad de energía eléctrica fuera creciente e imparable. Y las energías alternativas (solar, viento, etc) que lleguen a ser el pilar central cuando somos conscientes de que apenas cubren, en el mejor de los casos (usando el ejemplo de España), un 43% de las necesidades. Temblamos ahora al ver donde se produce el gas y por donde corren los oleoductos. Alguno se ha cerrado ya.

Lo de la aldea global suena bien, tanto, que aquí se ha descuidado lo local al máximo. Con un poco de atolondramiento se intenta reaccionar ahora para repoblar pueblos y traer de vuelta fabricaciones que ya no son tan económicas en el extranjero (aparte de la discutible calidad de fabricación). Va a ser duro, una vez que hemos despachado tanta industria, pero habrá que hacerlo porque tanta dependencia exterior ha dejado patente nuestra vulnerabilidad y la posibilidad de que nos empiecen a faltar cosas que consideramos cotidianas.

Por cierto, como en todo, no todos somos iguales. Francia y Alemania supieron “guardar la ropa” y mantuvieron mucha industria y mucha agricultura (lo que se refleja en sus bajos datos de paro). Incluso Francia mantuvo todas las centrales nucleares y ahora se plantea ampliar con mini centrales “por si acaso”.

Aprendizaje para el futuro: Guardar para mañana, no fiarse de tanto mensaje triunfalista… Lo que ya sabían nuestros mayores, vamos.