A la final

Andando por el centro de Madrid me llama la atención la eficacia del modelo bilingüe en la capital del Reino. Pronto me doy cuenta de que no se trata de bilingües, sino de auténticos políglotas. Mi mujer me devuelve a la tierra: Son todo extranjeros. Pienso: Madrid es España pero sin españoles. Quizás en ese momento nosotros éramos los únicos españoles en el centro de Madrid. Miento, había otros dos que tenían pinta también de españoles; vestían uniforme de Policía Nacional.

A la mañana siguiente las camisetas de España del Carrefour y los chinos volaban. Esa misma noche España, plagada de catalanes y vascos, se clasificaba para la final de la Eurocopa.  El héroe era un niño que procede de Rocafonda, un barrio de Mataró donde la mayoría de sus habitantes han nacido fuera de Catalunya; lo que algunos partidos han definido como estercoleros multiculturales.  Se refieren solo a los lugares como Rocafonda; no a la Gran Vía de Madrid o Torrox.

Hoy, uno de ellos es un héroe y reivindica sus orígenes en cada gol mientras su padre canta en la grada «yo soy español»; mañana, muchos de los que hoy celebran sus goles y agotan las banderas «made in china» le apuñalarán.  El himno de España fue pitado; se oyó perfectamente. Parece que nadie lo oyó.  El deporte puede y, en ocasiones, debe politizarse. Yamales, Mbappés, Smiths, Owens: Bienvenidos.  El partido del domingo ya es secundario.  Los españoles ya hemos ganado.