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Felicidades

Ubicado, tal y como desde que la idea empezó a gestarse en, cual se indicaba que debería estar, “una localización que gozara de favorables componentes paisajísticos además de estar próxima al centro de la ciudad para garantizar una mayor accesibilidad a la población” el Teatro Auditorio de Cuenca comenzaba de facto su actividad con el concierto inaugural, el 29 de marzo, Martes Santo, de 1994 con el concierto inicial de la Semana de Música Religiosa de ese año –con Jordi Savall dirigiendo a La Capella Reial de Catalunya y al grupo instrumental Hesperion XX– aunque la inauguración oficial tuviera lugar unas pocas fechas después, el 6 de abril, con la JONDE bajo la batuta de Edmond Colomer como protagonista, en un concierto presidido por la entonces reina Doña Sofía acompañada en la tribuna de autoridades por el presidente de la Junta de Comunidades, la ministra de Cultura y el alcalde de la ciudad. Diseñado inicialmente por un arquitecto, José María García de Paredes, especializado en este tipo de construcciones, aunque a consecuencia de su fallecimiento el proyecto sería finalizado por su hija Ángela García de Paredes Falla y su marido José Ignacio García Pedrosa, tras la colocación seis años antes, el 16 de abril de 1988, de su primera piedra – con asistencia a más de los entonces ministros Virgilio Zapatero y Javier Solana, de la cúpula del gobierno autonómico, las autoridades conquenses y un grupo de practicantes de la cultura en la ciudad–  había unido a la idea inicial de un edificio centrado en su condición de espacio musical la de adecuarlo también para representaciones teatrales, algo en lo que sin dudav tuvo mucho que ver el que en ese momento fuera Adolfo Marsillach el director general del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música. De entonces a acá, con su continuada programación propia y su apertura a colaborar con otras instituciones y colectivos,  se ha convertido en pieza clave y fundamental de la oferta cultural conquense. Bien está por ello esa gala que este domingo celebrará en él esos sus treinta años ya de existencia y provechosa labor, con una función que se nos ha anunciado por sus organizadores como  “interdisciplinar e intergeneracional” –reflejo con ello en ese su propósito de lo que ha sido la propia realidad de la institución a lo largo de todo ese tiempo de vida que se va a conmemorar– que contará con la participación y colaboración de más de trescientos nombres de la actividad artístico-cultural de la ciudad. Una propuesta que también se nos ha anticipado que diluirá, en un desarrollo sin solución de continuidad, las fronteras de géneros y estilos, aspirando a ofrecer a quienes acudan a la cita el más caleidoscópico friso del propio pálpito de, en su más amplio sentido, las artes escénicas en la ciudad, porque, así lo han indicado sus codirectores Almudena Gómez, la coordinadora de actividades del propio Auditorio, y Juan Lázaro, de lo que se ha tratado es de que el espectáculo “no fuera una sucesión de actuaciones, sino que los artistas conquenses interactúen y generen piezas nuevas o diferentes entre ellos mezclando estilos, siendo el leitmotiv la disolución de las fronteras, eso que hace la cultura y que es la principal herramienta que tenemos para entendernos entre nosotros”. Pues ahí estaremos, por supuesto, para felicitar a la institución y, también, para felicitarnos a nosotros mismos, por lo que para nuestra cultura el Teatro Auditorio ha significado y por lo que seguro que va a continuar aportándonos.