DIPUTACIÓN AGROALIMENTARIA
Es noticia en Cuenca: Boxeo Cine Obras Inauguración Hospital Universitario de Cuenca Educación Balonmano Nuevo hospital de Cuenca
DIPUTACIÓN NAVIDAD
Federico y la palabra

Federico y la palabra

A Federico Mayor Zaragoza, muerto ayer, se le recordará por muchas bellas acciones. Yo le tendré siempre presente por la voluntad decidida que mostró para apoyar la campaña del Fin del Veto en el Consejo de Seguridad de la ONU que fui a proponerle en mayo de este 2024 en su despacho de la Fundación Cultura de Paz.

En seguida me explicó: “Hace 25 años se aprobó en la Asamblea General de las Naciones Unidas, una Declaración y Plan de Acción sobre Cultura de Paz. La Resolución y Plan de Acción para una Cultura de Paz no pudo aprobarse en la UNESCO por la estricta vigilancia del G7. Una vez más, el ejercicio de la educación para la paz no llegó a su efecto por ese puñetazo sobre la mesa que significa el ejercicio del derecho a veto. Cuenta conmigo.”

Con una lucidez pasmosa me iluminó también el capítulo en el que puso las bases para que Yasir Arafat, entonces el Presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y Simón Peres, Ministro de Asuntos Exteriores de Israel, reafirmaran el compromiso por la paz que habían firmado en Washington el 13 de septiembre de 1993. El esfuerzo conciliador de Federico, entonces director general de la UNESCO, había inventado un congreso de intelectuales, La paz un día después, para reunir en la ciudad de las tres culturas a israelíes y palestinos con el objeto de sustituir las balas por la palabra, algo que hoy parece desgraciadamente inalcanzable.

Federico me contó las conversaciones, lo mucho que tuvo que dialogar con ambos para que aceptaran dar cobertura y visibilidad en el patio de los Arrayanes de la Alhambra, ciudad en la que había sido rector de la Universidad, a ese momento histórico para la esperanza en Oriente Medio. Allí ambos dirigentes, antiguos enemigos, pronunciaron frases como: “la paz entre ambos pueblos es posible”; “basta ya de muerte, de sangre y de odio”; “todas las vidas perdidas son equivocaciones”. Frases que hoy suenan muy arduas de pronunciar.

Su memoria prodigiosa trajo también del pasado a mis oídos el episodio en que tuvo que enfrentarse al embajador norteamericano que invadió literalmente su despacho para exigirle que derogara su plan de sostener la educación en África en cada uno de las lenguas locales y no en inglés como se venía haciendo y el embajador exigía siguiera siendo la norma. No se amilanó Federico, cuya defensa del valor de la educación y la cultura fue siempre inquebrantable, como valores esenciales para la construcción de la paz que anhelaba y por la que se desvivía.

La semana pasada repasábamos por teléfono los planes para la recogida de adhesiones mundial para el Fin del Veto y las fechas posibles para un Seminario a celebrar en la UCLM con el tema” Ética para la paz en las nuevas relaciones internacionales”. Coincidíamos y queríamos incidir en cuanto los Estados precisan de la cooperación permanente e institucionalizada a través de las Organizaciones Internacionales. El mundo necesita consensuar una ética que no se pueda trampear. Los problemas que verdaderamente han llegado a su fin y han proporcionado soluciones duraderas siempre lo han hecho a través de la ley, la ley de la palabra consensuada.

Federico me insistía: “Las cumbres, los congresos y los seminarios están bien, pero si no obedecemos el mandato de la Carta de Naciones Unidas, —Nosotros, los pueblos hemos resuelto evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra—, es porque el Veto lo impide. Ese es el primer paso. El FIN del derecho de VETO significa la oportunidad a un diálogo internacional sin polarizaciones, donde los intereses humanitarios globales prevalezcan sobre los intereses egoístas irracionales de las naciones”. Lo teníamos claro: Para seguir avanzando en un mundo que confía en no agredirse necesitamos el ejemplo real de que todos confiamos firmemente en la igualdad de una justicia internacional equitativa. El veto quiebra toda opción a esa confianza.

Con Federico se va una época y un talante. En mí, y en quienes consideramos nuestra obligación construir un mundo más pacífico y justo a través del diálogo, quedó la semilla de mantener despierta la necesaria evolución democrática que traslade al mundo desde el dolor de la fuerza a la justicia de la palabra. Como Federico recalcaba a menudo: “lo contrario, es un delito de silencio”.