España en el corazón
Normalmente, toda frase que empieza diciendo «yo no soy» esconde un «yo soy pero me da vergüenza admitirlo». Y así aparecen las típicas joyas: «Yo no soy racista pero...», «Yo no soy ni machista ni feminista pero…», «Yo no soy ni de izquierdas ni de derechas, pero…». Digo esto porque yo no soy clasista, pero escribo esta columna desde un hospital de Madrid y, habiendo dejado mi coche en uno de los barrios más adinerados de la ciudad durante unos días, me han robado los tapones de las válvulas. Resulta que dejo mi coche con cierta frecuencia frente a un lugar donde viven unos «negritos» de esos que nos mandó Pedro Sánchez y nunca me han robado nada. Y en la España de bien, mira... ¡Cayetalandia nos roba!
Y te preguntarás qué hago en Madrid. Pues resulta que el 20 de febrero le detectaron a mi madre un problema en el corazón y hoy (echa cuentas) ya tiene en su corazón dos válvulas nuevas y no sé qué más. Así que os digo, sin vergüenza, que soy español y, hoy más que nunca, me siento orgulloso de España; de todos esos que pagan sus impuestos religiosa o laicamente. Porque una operación de este tipo, en un mundo de sanidad liberal, no se paga con el sueldo ni la aportación de un funcionario del grupo A, ni con la paga de la viuda de un policía, y menos con el dinero que no aportan los evasores, los de los paraísos fiscales y los exiliados tributarios. España, cristal de copa, no diadema, sí machacada piedra, combatida ternura de trigo, cuero y animal ardiendo.