Ese conquense de Extremadura
La reciente aparición –bajo el título de “El corazón y la memoria”– de la poesía discursiva reunida de nuestro paisano Antonio Gómez ha vuelto a colocar en la agenda de la actualidad cultural hispana el decir más digamos tradicional de un plurifacético escritor más presente quizá habitualmente en el panorama poético nacional en su faceta de creador experimental, performativo y visual. Nacido en Cuenca en 1951 y tras experimentar como tantos de los jóvenes con inquietudes creadoras de la ciudad a partir de la mitad de los sesenta del pasado siglo el benéfico influjo del por entonces creado Museo de Arte Abstracto, aquí formó parte del grupo “Los Experimentales” y del asimismo colectivo teatral “Garnacha”, aquí conoció a autores como Julio Campal, Ángel Crespo o Carlos de la Rica que le acercaron a esa experimentación poética que iba a ser su pasión y aquí publicó sus primeros escarceos literarios con la participación junto a creadores plásticos y literatos como Luis Muro, Jesús Antonio de Rojas o el propio Carlos de la Rica en el volumen colectivo “20 poemas experimentales” –en un testimonio diferencial que se tradujo también en tres muestras en 1969, 1970 y 1972– y con la publicación de sus primer libro en solitario “… y por qué ni si aún quedan margaritas” antes de hacer la maleta y, tras pasar por El Aaiún y Melilla, instalarse en 1977 en la extremeña Mérida donde vería la luz su segundo poemario individual “… del camino” y desde donde ha venido desarrollando su extraordinaria capacidad imaginativa en una ininterrumpida y más que prolífica trayectoria que le ha colocado como uno de sus principales valores en el cuadro de honor de la experimentación poética de nuestro país tanto como creador individual y protagonista de muestras tanto individuales como colectivas –habitual entre otras en citas tan importantes como la madrileña ARCO o la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Lisboa y con obras en museos e instituciones tanto nacionales como internacionales– como coordinando, dirigiendo o editando proyectos poéticos como “Las hojas parroquiales de Alcandoria”, “Arco Iris”, “La Centena”, “La Pirámide”, “Píntalo de Verde”, “La caja de truenos”, “Pintan espadas” o “3 x 3”, formando parte de los consejos de redacción de una larga serie de revistas y participando con comunicaciones o ponencias en congresos, cursos de verano, encuentros y congresos. Por fortuna su asentamiento en Mérida no ha significado la ruptura con esa nuestra y suya tierra conquense de origen en la que menudea presencias tanto vivenciales como creativas –recuerdo ahora mismo por ejemplo su exposición “La poesía como discurso” de 2007 en la Galería Jamete o su participación en 2015 en la cuarta edición del Festival Poesía para Náufragos– y de la que se sigue reclamando y presumiendo allá donde se desplaza, interviene o habla. Bienvenida sea ahora esta compilación de su obra discursiva tal vez en cierta medida solapada por esa su otra casi apabullante faceta experimental y performativa porque viene a poner de relieve su validez y su calidad al tiempo que nos posibilita acceder a su diálogo con sus realizaciones plásticas en una contextualización recíproca que completa la visión de su obra global como la de un creador excepcional.