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Esa joya tan a mano

A punto ya de iniciarse –este mismo sábado con el programado concierto que el grupo Ars Choralis Coeln llevará a cabo en su Girola– ese Festival Mirabilia acompañado en paralelo por el Curso Internacional de Música Medieval en torno al Códice de las Huelgas a los que, junto a otras convocatorias musicales, me refería en mi artículo de la pasada semana, nuestra Catedral –esa joya que tan a mano tenemos que igual los conquenses no le prestamos la atención que se merece– continúa deparándonos agradables sorpresas. La última, de la que los gestores del templo nos han dado estos mismos días noticia, esa estancia palaciega con más de quinientos años de existencia ubicada sobre una de los más atractivos oratorios de su interior, la llamada Capilla de los Caballeros, que los trabajos arqueológicos que por fortuna se siguen realizando han sacado a la luz; una estancia que a más de abrir para los estudiosos una nueva área de investigación para determinar sus características arquitectónicas y su historia, da asimismo cancha a la posibilidad, de que, tras su lógica restauración, se pueda añadir a la ya amplia oferta expositiva de la construcción catedralicia, tal y como ha adelantado con su entusiasmo habitual el director del templo Miguel Ángel Albares que sueña ya con la instalación en ella de una exposición permanente de la excelente colección de textiles y tejidos, desde los confeccionados en el siglo XV a los más recientes, hoy por hoy guardados en las cajoneras de sus cómodas y armarios. Una oferta que así se continúe enriqueciendo uniendo a la propia belleza exterior e interior del edificio a la propiciada por el anejo Museo instalado en las salas del Palacio Episcopal en sus día diseñadas por Gustavo Torner, uno de los artistas que con sus contemporáneos diseños para sus vitrales juegan esa asimismo tan atractiva  alianza entre el pasado y el presente emblema de la propia ciudad en que se alza la fábrica catedralicia haciendo que la luz, ese elemento tan esencial de los templos góticos, por ellos propiciada adquiera –como bien han seña lado María y Laura Martínez– “un valor exultante de metáforas, inundando sus naves y capillas y transformando con el rico colorido de sus vidrieras todo el espacio litúrgico” desde una iconografía tan totalmente hija de nuestro tiempo pero a la par tan respetuosamente dialogante con la realidad arquitectónica histórica del edificio.  Una ampliación de espacios expositivos con la que Albares pretende mostrar la belleza del recinto desde los más variados puntos de vista y a propósito de la cual ha querido también recientemente destacar la nueva posibilidad brindada a sus visitantes para contemplar desde el rosetón de la fachada la nave central gracias al paso abierto por el triforio. Congratulémonos de todo ello sin, eso sí, olvidar los problemas nada fáciles de solucionar de algunas otras partes del templo, como los que afectan a uno de sus más preciados tesoros, ese Arco de Jamete que, amenazado al tiempo por humedades y por el propio mal de la piedra, sufre un proceso de salinización casi imposible, se ha señalado, de detener; unos problemas que evidentemente requerirían una continuada intervención además de técnicamente complicada también hay que suponer que más que costosa.