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Errare humanum est II

En referencia al artículo anterior Errare humanum est, mi amigo Luis, experto en literatura y otras hierbas, me recuerda que el refranero “enciclopedia parda” de la lengua española nos lo recuerda también: “El que tiene boca se equivoca”, y añade en su comentario la sugerencia de dejar, para una segunda parte del artículo, incluir los errores de los políticos (conscientes e inconscientes) y ver si entran dentro del abanico o, por el contrario, quedan fuera de esa jurisdicción. Voy a ello.

El refranero español siempre tiene razón, por tanto “El que tiene boca se equivoca” anima a hablar sin miedo a equivocarse, siempre y cuando no olvidemos que “En boca cerrada no entran moscas” también invita a lo contrario, no sabiendo a ciencia cierta que opción elegir, si expresar nuestra opinión aun a riesgo de equivocarnos o no decir ni palabra, en la seguridad de no hacerlo.

Como siempre la respuesta no está en lo absoluto, sino en el matiz, ya que distinto es no atreverse a hablar nunca por miedo a meter la pata y el ser un auténtico bocachanclas, un boquiflojo o un bocazas, que no pierden la ocasión para decir cosas inapropiadas para el momento o lugar, porque para ellos lo importante es el protagonismo constante, sin importar su inoportunidad ni lo vacuo de su discurso, haciendo caso omiso de la recomendación de “Es preferible permanecer callado y ser considerado un tonto, que hablar y eliminar toda duda”.

En lo referido a los políticos es caso aparte, con ellos lo de “errare” no va, ya que no se equivocan nunca, y en el caso de que el error sea tan evidente como asegurar sin pestañear que el martes va después del domingo, la equivocación es de otros y no suya, llegando (algunos pocos, afortunadamente) a justificar que una derrota electoral ha sido debida a un clamoroso error de los votantes, pero, afortunadamente, esta situación es excepcional y esporádica, ya que se puede dar (sí se da, que no es corriente) cada cuatro años, siendo más frecuente los errores de gestión (estando en los gobiernos) o de opinión y reproche (estando en la oposición), y endilgárselos a los subordinados de turno, porque el escalafón es el escalafón en cualquier organización que se precie como tal.

No obstante, es de justicia subrayar que cuando me refiero a una organización en el uso y abuso de mirar hacia abajo en el organigrama, para que alguien cargue con la consecuencia del error propio, no es privativa de la clase política, ya que no es una cuestión de naturaleza de un grupo determinado, sino del orden jerárquico del mismo, viniendo al pelo echar mano otra vez al refranero español mutatis mutandi: “Dónde hay patrón, el error es siempre del marinero”.