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Elecciones europeas

Este domingo tenemos una nueva cita con las urnas. En los últimos meses ir a votar ya se está convirtiendo en algo casi rutinario en nuestro país, donde las elecciones se han sucedido en cortos espacios de tiempo. No resulta pues extraño que una parte de la ciudadanía se sienta saturada por una continua lluvia de mensajes que amenaza con provocar, por hastío, un peligroso desapego hacia una actividad como votar, vital en toda democracia. Estos días, además, estamos asistiendo a una campaña absolutamente alejada de lo que debería ser un periodo preelectoral tan importante como el que enfrentamos. En vez de centrarse en explicar las propuestas que las formaciones políticas desplegarían en Bruselas si consiguieran escaños en el Parlamento Europeo, la mayoría de los líderes se están centrando en asuntos que poco o nada tienen que ver con las futuras políticas y posiciones que adoptarán en la Unión Europea en un futuro próximo que se aproxima tormentoso.

   Los partidos de la oposición intentan, erróneamente desde nuestro punto de vista, plantear estas elecciones como un plebiscito contra Pedro Sánchez y el resto de grupos parece entrar al trapo. Ello está desviando la atención del electorado hacia cuestiones que nada tienen que ver con la Unión Europea. La puesta en común de programas electorales en los mítines queda relegada y lo que prima son continuos ataques personales, insultos descarnados y referencias a cuestiones judiciales por resolver que implican al entorno familiar del presidente. Es algo que ya hemos visto en anteriores comicios: desviar la atención de lo que realmente importa. Tenemos la triste impresión de que la campaña electoral se parece más a cualquiera de las últimas y violentas sesiones parlamentarias de control al Ejecutivo que a un proceso electoral que va a marcar el futuro inmediato de los 27.  La polarización y la crispación en nada contribuyen a una reflexión seria sobre lo que hay que votar en este caso y parece que eso es algo premeditado por PP y Vox. Da la impresión de que la derecha y la ultraderecha, una vez más, pretenden que la gente vote con el corazón y no con la cabeza, algo que no beneficia a nadie, porque son muchas y muy diferentes las expectativas que se despliegan tras unas elecciones como las europeas, dependiendo de quién gobierne.

   El domingo, a la hora de introducir nuestra papeleta, nos enfrentamos a claras disyuntivas: optar por opciones progresistas que contribuyan a mejorar la vida de los ciudadanos en la Unión aplicando iniciativas nuevas, centrarse en las dinámicas actuales marcadas por políticas claramente conservadoras y liberales abanderadas por Von der Leyen o potenciar a la ultraderecha, que ya ha anunciado restricciones de derechos, presenta tintes racistas y no excluye ni la xenofobia ni incluso el antieuropeísmo.  Tenemos que tener en cuenta que Pedro Sánchez y su esposa, Feijóo, Abascal, Puigdemont, o el resto de líderes, en nada tienen que influirnos cuando estemos ante la urna. Los candidatos son otros y son sus programas los que deben determinar las opciones que escojamos porque nos jugamos mucho en ello. Bruselas no es La Moncloa, ni a nosotros nos toca ahora decidir quién será su próximo huésped.