El disputado voto del señor(a) rural
Leyó las páginas de tres en tres: el tronco adelantado, los brazos inertes a lo largo del cuerpo, la boca entreabierta. Pero al llegar al segundo informe, su respiración empezó a agitarse y se detuvo para tomar aliento. Estaba claro, la España vaciada podía decidir por primera vez unas elecciones generales. En su mesa no había un cartel que pusiera "Dimas Reglero. Publicista". Respiró hondo y se acarició sus tupidas barbas. No recordaba cómo olía un pueblo. Se preguntó a sí mismo cómo podría convencer a aquellos tipos de que votaran a su candidato. No sabía si la propaganda al estilo Obama funcionaría o si estarían al tanto de las Fake News.
Los datos del CIS calentitos que aparecen en su pantalla de enemil pulgadas dan 45 escaños al Partido Socialista en las provincias de menos de cinco diputados, 29 al Partido Popular, 12 a Ciudadanos, 8-9 a Vox y tan solo 4 a Unidas Podemos. Estos datos han alarmado a sus clientes en las sedes de los principales partidos. Hasta ahora las pequeñas circunscripciones se mantenían tan estables que apenas era necesario hacer campañas en ellas. En varias circunscripciones como en la de Cuenca, por ejemplo, los resultados han sido los mismos durante décadas.
Algo está cambiando. No es casualidad tanto interés mediático por la España vaciada si no fuera porque, por primera vez en la historia de nuestro periodo constitucional, la Moncloa se está jugando en la España interior. A partir de ahora veremos un intento desesperado por atraer a este electorado que siempre habían considerado binario, pues el sistema electoral español provocaba que en las provincias con menos población cualquier voto que no fuera a alguno de los dos partidos mayoritarios era un voto inútil. Un votante tan cautivo del paracaidismo político que había asumido su mínima influencia en el resultado. Pero estos últimos datos rompen los escenarios conocidos hasta ahora.
La ruptura definitiva del bipartidismo y el pronóstico de una caída dramática del Partido Popular abren la posibilidad a que un tercer partido entre en el Parlamento por las provincias con menor población. Esta vez parece que sí vamos a ser importantes.
Sentados en la plaza del pueblo, viendo la caravana electoral, a la sombra o al soportal, con Delibes como guía y sabiendo que a nuestro publicista imaginario no le importan demasiado los vecinos: “él lo que quiere es poner en el mapa la última chincheta y punto”.
Más allá de la ideología y de la militancia de cada uno, esto son sólo negocios para las grandes agencias de campaña que andan descolocadas buscando cómo acercarse a un electorado del que nunca se habían tenido que preocupar. Observando y preguntando, rascándonos la cabeza bajo nuestra orgullosa boina imaginaria y sorprendidos de que a esta gente tan importante que viene de Madrid de repente le importemos algo, salvo por haber sido escenario de algún descenso de cañón o alguna fiesta de amigos en una casa rural. De momento, más allá de la galopada de Abascal por todas las provincias castellanomanchegas y que parece que tendrá una fuerza insospechada en las circunscripciones pequeñas, ya hemos disfrutado de un Albert Rivera haciendo una rueda de prensa en las Tablas de Daimiel o un primer spot de campaña del PSOE anuncia esa “España que queremos” en la que incluyen “a los que viven en el campo y los que son muy de ciudad”. Sería divertido meterse en la cabeza del publicista que ideó este anuncio. Quizá nos imagina viviendo en cabañas en mitad del bosque o en esas casitas que se ven diseminadas por el campo, en plena comunión con la naturaleza y ajenos al devenir humano. Estamos sólo al principio, la función promete ser larga y divertida.