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Cultura, más cultura

Si algo dejó más que claro la gala del treinta aniversario del Teatro Auditorio de nuestra capital celebrada el pasado domingo en las instalaciones de la propia institución cumpleañera es la pluralidad y vitalidad del hoy artístico conquense. Tanto lo nutrido de la serie de individualidades y colectivos que conformaron su programa  –un espectáculo especialmente centrado en la música y las artes escénicas pero con guiños también a otras actividades expresivas como la plástica con especial referencia a la figura, en su centenario, de Fernando Zóbel– así como la alta calidad demostrada en sus intervenciones bien que lo atestiguaron ejemplificando un hacer al que se habrían podido sumar bastantes otras realidades que en razón de la propia lógicamente limitada duración de lo exhibido quedaron fuera. Ante tan palmaria demostración de potencialidades creativas bien merece la pena preguntarse, más allá de tan gozoso pero puntual aquí estamos, y desde luego este articulista se lo inquiere, hasta qué grado esas potencialidades son luego, en el día a día, potenciadas y propulsadas tanto por las instituciones públicas y privadas llamadas a ello como por la propia sociedad a la que lógicamente van antes que a nadie destinadas, y en verdad no parece que, por desgracia, así ocurra. Más allá de  su aparición en destellos como el mentado acto conmemorativo, la mayor parte, si es que no habría que decir que prácticamente todos esos colectivos o individualidades –unos en mayor medida, otros en menos–  a más de moverse en una precariedad económica que no llegan a paliar las a veces hasta misérrimas, y créanme que sé bien de lo que hablo, ayudas y subvenciones recibidas –constreñidas además por una normativa que al no permitir cobro de ayuda o subvención alguna en tanto no se justifique por adelantado el abono ya realizado de los gastos que las asociaciones o colectivos deben llevar  a cabo para la concreción de sus actividades por lo que se ven en la imperiosa necesidad de adelantar el pago de sus costos y esperar luego, a veces por bastante tiempo, la llegada del dinero concedido–  no tienen tampoco en muchas ocasiones la consideración ni el respeto que su esfuerzo y su labor merecen. Lástima que así ocurra ya que la cultura, a más de ser un derecho y un bien de primera necesidad como reconoce nuestra propia Constitución, contribuye a dar identidad a un país, una región, o, en nuestro caso, una provincia y una ciudad, y es también, y cada vez más, un factor económico de primer orden. Considerada como el cuarto pilar del desarrollo junto al económico, el social y el ambiental (en nuestro país aporta el 3,5 por ciento del PIB) incide a su vez con fuerza en otros sectores como el comercio, el turismo y los servicios a ellos asociados. Por ello vaya si no deberíamos potenciar y favorecer esa probada creatividad para convertirla en la fábrica cultural –es el término que usan los expertos– que puede llegar a ser y que sin duda mejoraría nuestra propia realidad socio-económica, mediante la creación de un ecosistema cultural musculado nacido de la conjunción de esfuerzos de todas las partes implicadas más allá, cual señalaba, de fogonazos circunstanciales por más espectaculares y auto-satisfactorios que resulten.