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Crímenes

No suele este articulista salirse en sus semanales textos en esta publicación del comentar asuntos de lo que ocurre en sus más próximos entornos –el local, el provincial o el autonómico– pero, qué caramba, de cuando en cuando siente la necesidad de hacerlo, que al fin y al cabo uno tiene también su corazoncito nacional o incluso global y hoy por hoy pocas cosas hay que no nos afecten o deberían afectarnos. Y este viernes va a ser, por excepción, una de esas ocasiones en que se va a salir de su doméstico tiesto. Y es que cómo no alzar siquiera una vez la voz, aunque sea desde este su pequeño rincón opinativo, ante tantos crímenes –no existe otra denominación– como, unos con mayor conocimiento público, otros con menos, con bastante menos presencia mediática, estos de alcance más global, aquellos de ámbito menor de acción, algunos ejecutados sin pudor alguno, incluso, con orgullosa satisfacción, otros enmascarados en vergonzantes trapacerías, como ensangrientan el día a día de nuestro atribulado planeta. Crímenes como, desde luego, la salvajada perpetrada en territorio israelí por Hamas el 7 de octubre, pero también, por supuesto, como la desproporcionada, mantenida y empecinadamente cruel y masiva respuesta del país presidido por Netanyahu. Crímenes como la invasión rusa de Ucrania o como los que se cometen de continuo en tantos y tantos otros conflictos con mucho menor, en ocasiones casi nulo, conocimiento público, huérfanos de la atención a otros prestada por los medios teóricamente informativos, de la hambruna de las zonas arrasadas por la guerra civil que azota a Sudán a la violencia desatada en Mali que ha provocado, aparte de sus más directas mortales consecuencias, la tremenda crisis que soportan los tres países –Burkina Faso, Malí y Níger– del Sahel central. O crímenes, claro que sí, como los que cada día, a veces casi habría que decir a cada hora, nos golpean incluso desde nuestra más inmediata realidad como el inacabable, ensangrentado rosario originado por la violencia machista –machista, sí, que no doméstica– a lo que parece imposible de detener. O la represión de los derechos humanos que, con sangre o sin sangre, salpican la realidad de tantos países o, claro que, también, el crimen que en realidad es la generalizada cruel actitud que tantas veces desgraciadamente mantenemos en este nuestro privilegiado primer mundo frente al fenómeno migratorio. Crímenes, no otro ha de ser el término, a cuya existencia casi parecería que nos hemos acostumbrado, que ahí están, que ahí se cometen de continuo sin que, salvo puntuales y normalmente nada efectivas protestas o tímidas acciones en su contra, ahí siguen dando por desgracia la razón a la dura afirmación de Hobbes de que el hombre es un lobo para el hombre, aunque, vistas como son las cosas, casi cabría decir que mucho, pero que mucho peor que un lobo.