Con la que está cayendo...
Llueve y llueve y sigue lloviendo como ya se nos había olvidado que pudiera suceder. Vueltos los paraguas aparejos imprescindibles para cualquier salida de casa casi casi nos dan ganas de aplicarnos en la práctica eso de “con la que está cayendo” para evitar cualquier salida no imprescindible y quedarnos al protector abrigo de nuestras cuatro hogareñas paredes, pero no es precisamente al agua que de los cielos tan de continuo nos jarrea encima estos días a lo que quiero aludir con el titulillo de este mi comentario de hoy, sino a su digamos sentido figurado de chaparrón de sucesos nada favorables, una expresión de siempre utilizada pero que se volvió a hacer especialmente de uso y abuso al socaire de la crisis económica anterior a la pandemia y ya aplicamos tan a cada paso y tan para casi todo que la mismísima Real Academia de la Lengua ha acabado por salir a la palestra para pedirnos que cuando la empleemos, para evitar ambigüedades, precisemos lo más posible especificando por ejemplo si con ella nos estamos refiriendo, pongamos por caso, a la crisis económica, a la crisis sanitaria o a la crisis de la democracia, entre tantas como –crisis digo– nos traemos entre ahogos en estos actuales revueltos tiempos. Expresión, la verdad, sin embargo, que cómo no utilizarla a diestro y siniestro –o a diestras y siniestras, que lo mismo sería más propio– ante tanto como se nos está viniendo encima en un ámbito internacional por el que deambulan de la mano de la prepotencia y la locura tipos tan pavorosos y temibles como Putin, Trump, Kim Jong-Un, Orban o el mismísimo Erdogan y ese reservorio de seguridades que –la verdad que bastante inconscientemente– pensábamos que era nuestra Unión Europea se nos agrieta o, aún más de puertas para dentro, nos sacude esa ventolera política que nos vapulea en nuestro nacional terruño con esa bipolarización partidista disparada y disparatada que cada día padecemos y que nos conduce no ya a no solucionar problemas sino incluso a crearlos donde realmente no los hay y a negarnos a poner remedio a situaciones que o no tienen relevancia económica alguna –sí desde luego social– o, aunque la tuvieran, que de verdad que no, habría igualmente que ponerles arreglo por pura funcionalidad ya que no por su condición de imprescindible y exigible humanidad, situaciones como el reparto por nuestra tan hispánica piel de toro de los menores no documentados tan innoblemente retenidos en Canarias por esos espurios intereses de irracional confrontación… Pues bien, pese a la que está cayendo –a la que nos está cayendo– y precisamente por ello, hora es de que nos revolvamos un algo y echemos mano de los paraguas de nuestra protesta y de nuestra acción –cada uno en su personal o público rodal– que lo que no nos va a valer pero que de nada, nada, es quedarnos acurrucados en nuestros egoístas mechinales del que me quede como estoy: hagamos cuanto esté en nuestra mano que por poco que sea siempre será mejor que la inacción y muchos casi nada a veces pues hasta acaban, con su conjunción, por lograr algo. Venga, qué demonios, vamos a ello que, por seguir usando expresiones populares, para luego es tarde.