La comida
Cuenca está para no volver a casa. Las obras, las luces, las sombras. El mundo está para no salir de casa. Ucrania, Palestina, Etiopía. Y la casa, sin más caso que ocaso, a punto de salir por la ventana. Y es que «vivir se ha puesto al rojo vivo». «Digo vivir», como si la vida de unos, valiese más que la muerte de otros. «Vivir a pulso» y vivir sin pulso. Siempre hay, al menos, dos tipos de personas para todo; dos modos de hacer las cosas. Esta, en realidad, es «columna arrinconada» en diferido. Durante la comida de empresa –digo empresa como la tarea cotidiana que nos ocupa– todos ríen; todos votaron. Después la espirituosidad, no espiritualidad, de estas fechas y el sonido del cubilete, me llevan a Blas de Otero. Será el drama que llevo dentro o, quizás, el contexto más allá de las fronteras de la clase media española. Aquí, entre este puñado de personas tan diferentes, que compartimos una mesa y trabajo cotidiano, no hay problemas que no podamos solucionar con algo de esfuerzo. ¿Y si fuésemos nosotros los que hiciésemos la política? ¿Y si nos hiciesen caso a nosotros en lugar de hacerles caso nosotros a ellos? ¿Y si fuésemos más nosotros y menos ellos, y menos yo? Normalmente, convivir es mucho más fácil de lo que algunos quieren hacernos creer. Escuchar más y gritar menos. Respeto. Empatía. «Lo demás sobra». Felices fiestas.