Colas infantiles

Me pasa a menudo. En Navidad; En Semana Santa. Lo voy dejando pasar pero estos días lo he vuelto a vivir. La condición humana. ¿Qué está dispuesto a hacer uno por su hijo o a pesar de su hijo? Sucede que, de un tiempo a estar parte, soy asiduo a eventos infantiles de todo tipo. No difieren mucho unos de otros; y, desde luego, lo que es idéntico es la espera anterior; la cola.  Papis, mamis y hermanitos dispuestos a saltarse todas las normas de la cortesía y la educación por conseguir un sitio mejor.  Al fin y al cabo, si se dice que por un hijo se mata, imaginaos lo que pueden importar el respeto o la educación. En Cuenca, esto tiene un agravante y es que, muchas veces, sabes que aquel es maestro o aquella una señora de bien de la sociedad conquense.  Tengo el punto de no retorno bajo, por lo que, en esas situaciones, me quedo paralizado e intento explicarle a mi hija por qué no entramos en la lucha cuerpo a cuerpo.  Cierto es también, que, una vez dentro, se ven gestos que te hacen pensar que hay esperanza. Gente que cede su sitio, personas que ayudan a pasar los carritos… pero lo que más me sorprende de todo es la capacidad que tiene alguna gente para reservar asientos con chaquetas. ¿Cuántos asientos se pueden reservar con una sola chaqueta? Imagino que ahora hay dos tipos de personas que han leído esta columna: los que se han sentido comprendidos y aquellos que se han sentido ofendidos. Imagino que en el futuro habrá dos tipos de niños: los que se colarán y los que observarán atónitos cómo se les cuelan. Quizás las colas obedecen también al liberalismo.