Cinco años después
Cinco años después del estallido de la pandemia, Cuenca recuerda con tristeza y respeto a las víctimas, con orgullo a los sanitarios y con agradecimiento a los miles de ciudadanos que, desde diferentes sectores, hicieron posible la recuperación. Fueron meses de zozobra en los que muchas familias ni siquiera pudieron dar el último adiós a seres queridos que tuvieron la desgracia de contraer las múltiples patologías derivadas del temible SARS-CoV-2. Y todavía hay muchas personas afectadas por lo que ya se conoce como Covid persistente, la mayoría de las cuales no ha podido recuperar una vida normal y afronta un difícil futuro. El legado de la pandemia ha cambiado la forma en la que la sociedad percibe la salud pública, los avances de la tecnología y el poder de la solidaridad. Aunque la COVID-19 ha pasado de ser una emergencia global a una enfermedad con la que se convive, el recuerdo de aquellos días sigue presente en la memoria colectiva de los conquenses.
La pandemia fue también el mayor reto científico del siglo. En tiempo récord, se desarrollaron vacunas eficaces que lograron reducir la mortalidad y permitir una vuelta progresiva a la normalidad. Por primera vez, un nutrido grupo de investigadores multidisciplinares y multinacionales unieron esfuerzos y demostraron que juntos en armonía se pude afrontar una calamidad tan grande como la que el virus extendió por todo el planeta. Nunca antes en la historia de la Humanidad se había vacunado a miles de millones de personas en tan poco tiempo. Por desgraciada, a la luz de muchos acontecimientos que vivimos, el mensaje que dejaron los científicos ha quedado en agua de borrajas. A todo esto hay que sumar que vivimos entonces una crisis de desinformación sin precedentes, con bulos, teorías conspirativas y un preocupante crecimiento del escepticismo hacia la ciencia. Sin descartar los caraduras que aprovecharon el río revuelto para llenar impúdicamente sus bolsillos.
A cinco años de distancia, es crucial recordar que la vacunación masiva fue la clave para frenar el impacto del virus, aunque inexplicablemente sigue habiendo sectores de la sociedad y de la política que desconfían de los avances médicos y se han dedicado a erosionar la credibilidad de la Ciencia y promover el escepticismo hacia sus postulados. Tristemente ello se demuestra cuando comprobamos, por ejemplo, que el número de vacunas contra la gripe, que llevan 40 años inoculándose en España, ha bajado considerablemente este año, como así lo confirman desde el Hospital Virgen de la Luz de Cuenca. Cinco años después, es fundamental recordar que la vacunación masiva fue la clave para contener el virus y que la desconfianza en la medicina solo debilita nuestra capacidad de respuesta ante futuras crisis sanitarias. En este sentido, ya no hay que preguntarse si habrá más pandemias; la cuestión es cuándo volverán a tener lugar.
Las consecuencias de la COVID-19 provocaron además una crisis económica y un cambio en el paradigma de la estructura social. Las medidas de confinamiento forzaron una transformación acelerada de las condiciones laborales y consolidaron el teletrabajo. Evidenciaron también la brecha digital que aún separa a muchas comunidades. La pandemia nos enseñó la fragilidad de nuestra sociedad, pero también su capacidad de adaptación y resistencia. Cinco años después, nuestra provincia, al igual que el resto del mundo, sigue viviendo las secuelas del siniestro virus pero también ha demostrado que es un territorio que sabe salir adelante y que se muestra resiliente ante la que fue una de las más grandes tragedias de nuestro tiempo. Hoy, más que nunca, es necesario rememorar lo vivido porque olvidarlo sería el primer paso para volver a cometer los mismos errores.