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La Churrería de la Plaza del Mercado: una historia con un triste final

Fue en 1966, cuando la madre de Antonio Pérez Jiménez se quedó, en traspaso, una de las dos casetas churrerías que había en la calle próximas al mercado. Allí estuvieron trabajando su madre y sus dos hermanas hasta que, en 1978, Antonio y su hermana Pepa se hicieron cargo del negocio. Fueron años de penurias, de soportar climas extremos y de compaginar trabajos para poder subsistir.

El problema se agravó cuando en 1978, el adjudicatario de la caseta les corto la luz con la intención de que desapareciera de la calle, ellos resistieron y todos los días llevaban una batería de camión y se la volvían a llevar para traerla al día siguiente cargada para poder hacer churros.

Su obstinación y perseverancia hizo que el 2 de agosto de 1980, en subasta, se les concediera un pequeño local dentro de la Plaza del Mercado, destinado a churrería-cafetería. En aquel momento, en que ya se habían unido al negocio sus consortes Ana e Ismael, las ganancias no eran muchas, había que mantener a dos familias, pero al menos se estaba bajo cubierta y se tenía luz y agua.

A inicio de los años 90, se planteó la necesidad de remodelar la Plaza del Mercado para ubicar dentro del mercado a los vendedores de fruta que estaban vendiendo con camiones en la Plaza de los Carros, la iniciativa la llevó a la práctica la Corporación presidida por José Manuel Martínez Cenzano. De nuevo tuvieron que volver a la calle los años 1993 y 1994, asumiendo ellos todos los gastos. El gran amigo de Antonio, Ángel Rovira, les hizo una espléndida caseta y aunque la intemperie suele ser desagradable el negocio empezó a despegar.

En 1995, no sin dificultades en la adjudicación, volvieron a ocupar el local de la Plaza, que ahora era más amplio y lo dotaron de una tecnología moderna, haciendo una gran inversión, pero el negocio que empezó a despegar en la calle fue creciendo en el interior haciendo necesario incorporar trabajadoras externas a la familia.

En 1998, Antonio y yo tuvimos un accidente y perdimos ambos la mano izquierda, en su caso era un grave inconveniente que pudo salvar con esfuerzo, su elevada inteligencia y el apoyo técnico, de nuevo, de su amigo Ángel Rovira. A partir de la Corporación presidida por Francisco Javier Pulido, todos los alcaldes (Juan Ávila, Ángel Mariscal y Darío Dolz, en dos ocasiones), llevaban en su programa la remodelación de la Plaza de Mercado, que no se hacía, pero parecía justificar un mínimo mantenimiento que acentuaba el deterioro del edificio.

En todo este tiempo la Churrería se hacía cada vez más popular y era muy concurrida por conquenses y visitantes, se podía decir que era un negocio importante en la vida de la ciudad. No era raro que aparecieran por allí los nuevos alcaldes al principio de su mandato para asegurar su compromiso con la ciudad, alguno llegó a decir que se iba a dejar la piel por Cuenca. Dichos de políticos.

A partir de 2014, Antonio y Ana se quedaron con el negocio al jubilarse Pepa e Ismael. Fue el momento en que Antonio cambio toda la maquinaria para la fabricación de los churros, haciendo una fuerte inversión para poder superar mejor su grado de discapacidad.

En 2023, por un Informe de Riesgos Laborales que decía que no había riesgos estructurales, que existían desprendimientos de placas que estaban mal sujetas en algunas partes de la fachada y que había falta de mantenimiento. La Inspección de Trabajo obliga Al Ayuntamiento a reubicar a sus trabajadores. A Antonio le dan el informe incompleto y le hacen firmar la recepción. Dicho informe está compuesto por tres hojas y todavía hoy sólo ha visto dos.  Y ahora es cuando la Inspección de Trabajo ha decretado que no pueden desarrollar su trabajo los empleados de la churrería y no la cierran, le dicen al propietario que él puede hacer los churros, servirlos y los clientes pueden consumir en el local.

 Antonio, que ha resistido estos tres últimos años sin jubilarse con la intención de que la churrería y los puestos de trabajo continuasen independientemente de él, cierra el negocio, al ser imposible continuar sin los trabajadores. A él y a muchas personas más, nos queda la sensación de que ha estado luchando contra un gran muro de oscuros intereses a los que lo que menos importaba eran los trabajadores y la churrería.

 Aquí es donde está el final triste de la historia. Antonio que hacía unos días que había sufrido la muerte de su amigo Rovira, ve ahora morir su negocio, sin que se hayan tenido en cuenta los recursos jurídicos y técnicos presentados. Tristeza e impotencia por esas cinco personas (cuatro mujeres y un hombre), que se ven en el paro. Tristeza al tener que jubilarse por la imposibilidad de continuar. Pena por tener que despedir a su propio hijo como trabajador a tiempo parcial. Quebranto económico por perder una inversión de más de 200.000 euros.

Y, además, la profunda tristeza de que en los últimos años ningún responsable político municipal le haya dicho cara a cara que pensaban hacer con su negocio. Cosas de Cuenca.