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El centro o el justo medio

La inteligencia artificial ha otorgado el título de filósofo más importante de la historia a Aristóteles, supongo (ya que desconozco) que, utilizando infinidad de complejos algoritmos, han permitido a una máquina determinar que Sócrates, Platón y demás filósofos que en el mundo han sido, que vale, que sí, que bien, que también, pero que como Aristóteles ninguno.

Yo no voy a contradecir a un ordenador, porque, por una parte, desde que vi 2001 una odisea del espacio, la famosa película de Stanley Kubrick, me tiento mucho las ropas antes de hablar mal de la robótica, habida cuenta de que estoy rodeado de perversos artilugios artificiales que espían y controlan mis movimientos, preferencias y decisiones más personales e, incluso, intimas;  y por otra, porque, sin desmerecer a los demás, su aportación sobre el justo medio me parece crucial para la búsqueda del el equilibrio, tanto general como en particular.

Aristóteles afirmaba que “la virtud es el término medio entre dos extremos” y yo estoy absolutamente de acuerdo con dicho aserto, al considerar que los extremismos son el hábitat idóneo para la que anide y se desarrolle el fanatismo que ciega el raciocinio y dificulta la empatía, la tolerancia y el respeto a otras ideas contrarias a las suyas, que, como dogma, no admite dudas y, por supuesto, anula las discrepancias.

Y no es que el medio sea una posición fija e imperecedera, en absoluto, dado los cambios que tanto externos como internos alteran nuestro pensamiento y, por ende, nuestra actitud. Se trata en un estado donde se halla el sentido común, que sirve de referencia para encontrar la moderación cuando detectemos (si somos capaces) que nos estamos escorando hacia un extremo donde aflora la visceralidad y desaparece el eclecticismo.

Por tanto, queda escrita mi opinión sobre la importancia del pensamiento aristotélico resumido en una sola frase, pero he de añadir, empero, que hay otras que han marcado el rumbo de mi reflexión en numerosas ocasiones y que quiero compartir con ustedes, estas son: “Pienso, luego existo”, de René Descartes; “No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”, de Schopenhauer y “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”, de Heráclito.

¡Ah! y por supuesto el aserto más utilizado en los tiempos que corren: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”, del filósofo por antonomasia: míster Groucho Marx.

Julio Magdalena Calvo