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De un centenario a otro

Con el año embocando ya su tramo último van llegando también a su final los actos conmemorativos entre nosotros del centenario del nacimiento de Fernando Zóbel. Ayer jueves mismo ponía ese punto y aparte a los por él organizados el propio Museo de Arte Abstracto –el gran regalo que el pintor y mecenas nos hiciera– con esa jornada de puertas abiertas que unía a la inauguración de dos nuevas exposiciones que de alguna manera completaban el esbozo del panorama social en que la institución echó a andar y las distintivas características que la significaron como rara avis en aquella gris España de los sesenta del pasado siglo, la presencia de la música, un arte tan también presente en tantos aspectos en la vida del artista. Pero bueno sería que, tras el adiós a 2024, ese antes y después que significó la apertura de la Colección de las Casas Colgadas siga teniendo presencia en el entrante 2025 con la celebración de otro centenario, el de la persona que fue baza fundamental para que ese regalo zobeliano se hiciera realidad en esta nuestra ciudad; porque en él, en el nuevo año, en concreto el 13 de su julio, cien años serán precisamente los que cumplirá nuestro paisano Gustavo Torner que vaya si no tuvo que ver en que el creador hispano-filipino acabara cimentando en los riscos de nuestra hoz del Huécar su museístico proyecto en vez de aposentarlo en Toledo como había venido pensando hacer. Bueno sería desde luego, que aprovechando ese hecho y tanto para agradecerle su decisiva gestión para que ese asentamiento se acabara realizando y la labor que asimismo llevó a cabo para que la plasmación del inmueble  como recinto expositivo tuviera la calidad estética que alcanzó como para, también y por supuesto, reconocer su propia valía personal como artista plástico así como además, aún otro motivo, esa dádiva personal que él también por su parte –desde esa su siempre presente condición de conquense que, fuera de alharacas pero hondamente sentida en paralelo a su también innegable cosmopolitismo, ha formado parte siempre de su trastienda existencial– nos ha hecho incorporando a nuestra realidad cultural ese espacio que en el desacralizado recinto de la Iglesia de los antiguos Paúles da testimonio de su valía como creador y es otra de las joyas que podemos disfrutar nosotros y ofertar y mostrar, orgullosos, a nuestros visitantes, ámbito de recogimiento y contemplación, como el propio Torner lo describiera, de lo que llamamos arte o, por decirlo con sus propias palabras, de esa “cualidad intrínseca y espiritual de las obras de arte”, en un collage compendio, resumen o síntesis de su modo, el modo torneriano, de entender y abordar el hecho artístico. Sí, claro que sí, aprestémonos a homenajear también en el entrante nuevo año –y vayamos poniéndonos ya a ello– a nuestro convecino tal y como, pero que de todas, todas, merece.