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Cambio Climático

Hasta el 22 de noviembre se desarrolla en Azerbaiyán una nueva cumbre climática.  Las siglas COP, Conferencia de Las Partes, desgraciadamente han ido perdiendo el gran valor que se les atribuyó en un principio. Los más ilusos pensaban, en la génesis de estas reuniones de alto nivel, que los casi 200 líderes políticos mundiales que se reúnen anualmente aportarían soluciones a la grave situación medioambiental que el planeta ya apuntaba entonces. Veintinueve ediciones después, la Tierra prácticamente agoniza y los comunicados y “compromisos” que se adoptan no son más que brindis al sol y meras fotos de familia. Tristemente, los que ya no son ya tan ilusos esperan muy poco cuando se cierren las sesiones de trabajo en Bakú. Los lamentos de los científicos y los grupos conservacionistas quedarán una vez más en agua de borrajas porque quienes pueden ofrecer salidas viables no lo hacen o no asisten a los debates.

La actual cumbre viene marcada por una trágica realidad: la mayoría de las naciones que más contaminan están gobernadas, o van a estarlo, por dirigentes populistas neoliberales que o bien niegan el cambio climático o se resisten a admitir que está fomentado por la actividad humana. No hace falta reiterar las posiciones de Donald Trump y su equipo, Javier Milei, Viktor Orban, Santiago Abascal, algunos dirigentes del PP y otros muchos defensores de políticas negacionistas neoliberales. Parecen ignorar lo que investigadores de todo el mundo afirman sin ningún tipo de dudas. Es más, no son capaces de ver lo que, día sí y día también, incluso en sus propios países, ofrecen los medios de comunicación de todo el orbe sobre graves inundaciones, huracanes inéditos, sequías interminables, contaminación de mares y ríos o desertificación galopante. Niegan el calentamiento global, aunque éste les esté quemando el trasero y despliegan bulos que convencen cada vez a más gente. Resulta increíble que mantengan una posición tan difícil de sostener visto lo visto, pero lo hacen. No resulta pues extraño afirmar que estos peligrosos individuos responden a políticas de mercado orientadas al máximo beneficio económico, caiga quien caiga. No puede hablarse de ideología en su postura, porque no la tienen, sólo rinden pleitesía al billete verde y lo triste es que quienes les apoyan y les votan doblan la rodilla ante los mismos intereses.  

Mal se presentan los años venideros porque la mayoría de las políticas que ejercen grandes potencias como Estados Unidos se perfilan para intensificar el uso de los combustibles fósiles, incluso fomentando el “fracking”, práctica suicida que no dudarán en emplear otros países del entorno trumpista.  La revitalización de los mercados del petróleo y del gas crearán una espiral de competencia explotadora en todo el mundo sobre un tipo de energía que debería extinguirse en favor de la recuperación medioambiental y la reducción del efecto invernadero. En ello nos jugamos mucho, pero parece que el juego va a desarrollarse en las bolsas y los bancos y no en un entorno natural que ensaya un no muy lejano canto del cisne.  Va llegando el momento de que muchos de los dirigentes que acuden a las Conferencias de Las Partes tomen partido: o rendirse a los intereses de los lobbies energéticos tradicionales o abrir sus mentes para defender el planeta, porque, según algunos ilusos, todavía es posible revertir el daño causado.