Borrascas
Cuando escuchamos a los portavoces de la AEMET decir que este invierno ha sido uno de los más secos de las últimas décadas podemos confirmar que nos encontramos con uno más de los parámetros que determinan el cambio climático. A meses como el pasado diciembre, el menos lluvioso en los últimos 60 años, oponemos este mes de marzo, que ha triplicado la pluviometría habitual en un marzo normal. Año a año estamos comprobando que los rigores invernales llegan más tarde y que la primavera amenaza con retrasarse a los albores del verano. Ello ocasiona perjuicios notables no sólo a la agricultura y la ganadería sino también al equilibrio natural de muchos ecosistemas. Las danas y las borrascas de alto impacto se suceden con demasiada frecuencia y eso no es bueno ni para el campo ni para las personas ni para los animales. Esto contribuye también a una incertidumbre climática que afecta a muchos sectores económicos, especialmente al turismo, cuyas previsiones de ocupación pueden venirse al traste de un día para otro.
A pesar de estos efectos negativos, es indudable que el aumento de las precipitaciones contribuye a mejorar el estado de nuestros embalses y la salud de nuestros acuíferos. Cierto es que el exceso de lluvia está complicando las labores agrícolas de la temporada, contribuye a la aparición de plagas y no permite a los agricultores el acceso a sus parcelas para combatirlas, pero no es menos cierto que el incremento de las reservas de agua es primordial para garantizar el futuro de la agricultura y el turismo en nuestros pueblos. Si no hay agua, poco se puede esperar, pero si la hay es también fundamental afanarse en gestionarla como es debido. Son muchos los agricultores que estos días abogan por una normalización de los regadíos y por usar el agua de la cabecera del Tajo para apoyar a cuencas deficitarias como las del Júcar y el Guadiana para que puedan recuperarse en lo posible. Poco se entendería que el agua del Trasvase Tajo-Segura bajara una vez más hacia Levante tras las abundantes lluvias que han regado y riegan ese litoral en las últimas semanas mientras se desaprovecha la ocasión de mejorar los recursos hídricos de la cuenca cedente.
Por otra parte, el cambio climático va a exigir un esfuerzo creativo para conseguir que las aguas no arrasen poblaciones y cultivos y sean uno de los principales agentes de la desertización. Puede resultar paradójico, pero los torrentes incontrolados erosionan el terreno, arrastran los nutrientes y dejan los suelos improductivos e impotentes para retener la humedad. Y todos sabemos lo que ocurre cuando no hay vegetación capaz de contrarrestar la enorme potencia del agua proyectada. Además, es necesario volver a estudiar los cauces de los ríos y arroyos para emprender actuaciones que optimicen los cursos de agua de forma que dejen de ser trampas mortales en muchas poblaciones cuando los cielos descargan lluvias como las que hemos visto y como las que sin duda volverán a caer. Las administraciones, las universidades, los urbanistas y los investigadores no pueden ponerse de perfil bajo la excusa de que vivimos un ciclo y todo volverá a sus cauces normales porque, desgraciadamente, tenemos ya demasiados ejemplos de que la acción humana ha derramado muchas de las gotas que ya han colmado el vaso.